27. Situación complicada

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Esta espera se me hace eterna. La preocupación por Danna no me abandona ni un solo segundo, y mi mente no deja de dar vueltas a las posibles razones de su visita al ginecólogo. Cuando finalmente llega la hora de la visita, me apresuro a su habitación. Al entrar, la encuentro recostada en una camilla, pareciendo más frágil de lo que jamás la había visto. Mi corazón se comprime al notar una cortada en el rabillo de sus labios, junto a un horrible moretón, y los rasguños en sus brazos que no pasan desapercibidos.

—¡Danna! —exclamo al verla y corro hacia su lado, pero me detengo por un momento, intentando controlar mis ganas de darle un fuerte abrazo. Es que no quiero lastimarla—. Lo siento, Danna, ¿estás bien? ¿Qué te pasó?

Me disculpo con ella, aunque sé que no debería recibir perdón alguno, porque permití que le pasara esto a mi amiga. Me siento falta.

Danna me mira con ojos cansados y sonríe, aunque su sonrisa parece más una máscara que un reflejo genuino de alegría.

—Estoy bien, Miriam. Así que no te preocupes, solo tuve una noche agitada, eso es todo.

No puedo evitar sentir que algo no cuadra. Me conozco a Danna muy bien, y su actitud es todo menos típica de ella. Mi preocupación solo se intensifica.

Me arrodillo a un lado de su cama y agarro su mano, la cual se siente fría.

—Danna, no mientas. Sé que algo te pasó anoche, y necesitas decírmelo. ¿Qué sucedió realmente?

Danna baja la mirada, me suelta de la mano y se pone a jugar nerviosamente con las sábanas.

—Nada, Miriam. De verdad, no pasa nada. Solo me atreví a escaparme con un chico, eso es todo.

Sus palabras me hacen fruncir el ceño. Danna jamás se iría con un desconocido en medio de la madrugada. Mi amiga sabe los peligros que eso implica, y lo sabe perfectamente.

—Danna, sé que estás ocultándome algo. No somos solo amigas, somos hermanas. Puedes confiar en mí. Por favor, dime la verdad.

Danna suspira y su sonrisa se desvanece.

—Lo siento, Miriam, no te puedo contar nada porque no hay nada que contar.

—Entonces dime qué hacías en el consultorio de un ginecólogo.

—¿Llevando a la greñuda a una revisión? —responde con jocosidad e inclina el rostro dándole obviedad a su respuesta.

Pero a mi no me causa gracia, así que vuelvo a preguntar con seriedad:

—¿Y esos golpes que carajos son? —Señalo el moretón y los rasguños. Me siento disgustada.

—El tipo me salió sádico, pues... Y te confieso que me fascinó —intenta mostrarse contenta y convincente, pero sus ojos se llenan de lágrimas y así su mascará de despreocupación empieza a quebrarse.

Me siento a la orilla de la camilla y le tomo de las manos, y mientras se las sostengo con firmeza, le vuelvo a insistir, porque necesito que ella acepte y se decida a denunciarlo.

—Danna, no deberías mentirme. ¿Te hicieron daño? ¿Abusaron de ti? —La miro con determinación.

Mi corazón se hunde. La forma en que Danna empieza a evitar mis ojos me confirma que está escondiendo algo, y eso me preocupa aún más.

—Danna...

—¡¿Pero qué tonterías dices, mujer?! —Vuelve a reír a carcajadas. Pero al ver que mi seriedad sigue conmigo y que mis ganas de acompañarla en sus risas no aparecen, entonces decide ponerse seria—... Estoy bien, Miriam, en serio. Solo déjalo.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora