Estoy sola con Gabriel en el salón de billar. La puerta se ha cerrado tras Danna, y el ambiente parece transformarse, como si una corriente invisible fluyera entre nosotros, una energía que me ata a él, manteniéndome anclada a este instante, robándole las palabras a cualquier despedida que pudiera brotar de mis labios. Camino hacia la mesa de billar, dejando que mis dedos rocen la superficie de terciopelo verde, y comienzo a mover las bolas bajo las palmas de mis manos, sintiendo su frialdad lisa mientras intento disimular el peso de su mirada en mí.
—Gracias por traerme. —Mi tono es sincero, con un matiz de calidez que no puedo evitar.
Él se queda de pie cerca de la puerta, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Me lanza una mirada cómplice y arquea una ceja.
—Deberías sentirte privilegiada. Eres la primera colaboradora que traigo a esta casa.
Me río, sorprendida y divertida a la vez.
—¡Oh, vaya! Me siento tan importante, como si fuera la primera novia que un chico trae a casa.
Su reacción es inesperada y encantadora. Un ligero rubor aparece en sus mejillas, y por primera vez, Gabriel parece descolocado. Se ríe nervioso, bajando la mirada un momento mientras sacude la cabeza.
—¿Qué te parece una partida de billar? —propone de repente, cambiando de tema y tomando un taco de la pared.
—¿Estás seguro de querer perder? —le respondo con una sonrisa burlona mientras me acerco a elegir un taco.
Él se ríe y niega con la cabeza, con su confianza habitual.
—Eso lo veremos.
Empezamos la partida. Gabriel toma el primer turno, alineando cuidadosamente el taco con la bola blanca, y rompe con un golpe preciso que hace que las bolas se dispersen por toda la mesa. Me toca a mí, y aunque podría hacer del juego algo más seductor —después de todo, una partida de billar se presta para mostrar senos al inclinarme o para acercarme más de lo necesario—, decido simplemente disfrutar.
Sin embargo, las miradas coquetas y las frases cargadas de doble sentido son inevitables.
—Esa fue una buena movida —dice Gabriel cuando logro meter una bola en la tronera—. Pero... ¿crees que puedas mantener ese ritmo toda la noche?
—Oh, cariño, —le digo, mientras alineo mi siguiente tiro—. A veces lo mejor lo guardo para el final.
Él se ríe y sacude la cabeza, tomando otro sorbo de su bebida. Hay una tensión ligera, pero no incómoda. Más bien, es como un juego en el que ambos entendemos los límites sin necesidad de hablarlos.
Por momentos, siento su mirada en mí, pero no es invasiva ni descarada, es más bien una mezcla de admiración y curiosidad. Cuando le toca su turno, me sorprendo mirándole de la misma manera. Es un hombre atractivo, con ese aire sereno y seguro que lo hace irresistible.
La partida se vuelve más divertida a medida que ambos nos relajamos.
—Mira, Gabriel —le digo, inclinándome para apuntar un tiro complicado—. Esta será la jugada que te dejará boquiabierto.
—Eso quiero verlo —responde, cruzándose de brazos y apoyándose en la mesa.
Fallo. Ambos estallamos en carcajadas.
—Bueno, al menos lograste impresionarme... No pensé que me lo dejarías tan fácil —se burla, y yo le lanzo una mirada fingidamente ofendida.
Gabriel y yo seguimos jugando al billar, entre risas y bromas, mientras la coquetería se desliza con naturalidad en cada intercambio de palabras. Hay algo electrizante en este tira y afloja.
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...