Estoy de pie frente a la puerta, mi corazón late con fuerza, y la tensión se aferra a mis músculos. No estoy lista para recibir a mi segundo cliente de la noche, no después de la discusión con Giovanni. Aun siento la furia en mis venas, la humillación y la vergüenza que me invadieron cuando él descubrió mi secreto.
Respiro profundamente, tratando de liberar la ansiedad que me consume. No puedo permitir que mis emociones afecten mi desempeño esta noche. Cierro los ojos por un momento, centrándome en el siguiente servicio de la noche.
Al abrir la puerta, me encuentro con un hombre joven, alto y apuesto. Menos mal que es atractivo, parece que apenas ronda los 18 o 19 años. En su mirada puedo leer: miedo e inseguridad.
Maldición...
«Bueno... Ya sé cómo tratarte».
—Hola, bienvenido —mi voz suena amable, intento mostrar más ánimo de lo que realmente siento. Lo invito a entrar, y, al tomarlo de la mano, lo noto tembloroso. Al fijarme en su semblante, lo encuentro un poco angustiado.
Llevándolo de la mano, lo guío hacia la silla frente al tubo de pole dance. Sé que necesita sentirse cómodo y relajado, así que intento aliviar su nerviosismo. Me voy tras su espalda y comienzo a darle suaves masajes en los hombros, esperando que mis caricias lo relajen.
Pero no funciona. Puedo sentir su temor, como si estuviera a punto de desmoronarse. Mis instintos de cuidado se activan.
—¿Te sientes bien? —pregunto con preocupación, deteniendo los masajes. Su respuesta es titubeante y honesta.
—No debería estar aquí. No quería venir.
Esto no es lo que esperaba. Necesito manejar la situación con sensibilidad.
—Está bien, no tienes que hacer nada que no quieras. Si no te sientes cómodo, podemos detenernos.
El cliente asiente, pero su mirada revela un torbellino de emociones que van más allá de lo que puedo entender en este momento. Estamos en un terreno delicado, y mi principal preocupación ahora es asegurarme de que él se sienta seguro y respetado.
—No estás aquí por voluntad propia, ¿verdad? —le pregunto con empatía.
—No.
—¿Un familiar te obligó a venir? ¿O fueron tus amigos? —indago en tono suave, aún tras su espalda.
—Mi padre... Él me trajo para enseñarme a ser un hombre.
—Entiendo.
Cambio mi enfoque, caminando hacia el frente de él. Me siento en sus piernas, dejando caer el babydoll y soltando mi sostén, ambos a un lado de sus pies. Esperaba que este gesto despertara algún tipo de deseo en él, pero en lugar de eso, noto un temor más profundo, como si quisiera escapar de esta situación. Tal vez permitiéndole tocar mis senos, podría encender su interés sexual. Intento guiar la palma de su mano derecha hacia uno de mis senos, pero su reacción es de repulsión.
—L-Lo siento, me dan asco las mujeres.
—¿En serio? —pregunto, mostrando mi sorpresa.
—Sí.
—¿Ningún tipo de cuerpo te gusta?
El chico se sonroja intensamente, baja la mirada y admite tímidamente:
—Los cuerpos masculinos me excitan.
Yo con ganas de apañar pelota, y este chico que batea para el otro lado.
Al final, ambos terminamos sentados con nuestras piernas cruzadas sobre la cama, en una charla informal para pasar el tiempo hasta que se cumpla la hora acordada para nuestro encuentro. Mientras compartimos historias sobre chicos y experiencias, noto que su incomodidad inicial disminuye gradualmente. La conexión humana, parece, puede superar las barreras de las preferencias sexuales. ¿Será que Gabriel Hikari tiene algo de razón? Tal vez.
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...