100. El último acontecimiento del año

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Murgos y yo estamos sentadas en una pequeña mesa de un restaurante que apenas conocíamos. Es uno de esos lugares que siempre parecen estar ahí, pero que nunca consideramos entrar hasta ahora. Hay un par de clientes dispersos, el sonido de platos y cubiertos acompaña el murmullo de la música de fondo, suave, casi imperceptible. No es nuestro sitio habitual, y quizá por eso se siente más frío, más ajeno. Justo como la conversación que está a punto de suceder.

Siento la tensión apretarse en mi pecho mientras revuelvo el café en mi taza, aunque ya está frío. Murgos, frente a mí, no tiene la misma paciencia. Ella se ha quedado en silencio, con la mirada fija en mí, esperando que diga lo que vine a decir. Lo sabe. Siempre lo sabe.

Respiro hondo y, sin mirarla directamente, dejo salir las palabras.

—Murgos, ya no voy a seguir trabajando contigo.

El sonido de la cuchara que cae al plato es lo único que interrumpe el momento. Murgos me mira en silencio, con esa expresión inescrutable que tanto odio porque nunca sé lo que está pensando. Luego, entrecierra los ojos como si estuviera calibrando sus próximas palabras.

—¿Y adónde piensas ir? —pregunta, sin rastro de emoción, su tono cargado de una indiferencia que apenas logra disimular.

No me sorprende su frialdad, pero me sigue afectando. Aprieto la taza con ambas manos y suspiro.

—Prefiero no decirlo ahora —le respondo—. No importa adónde. Lo importante es que estoy dando un paso hacia algo mejor para mí. Quiero empezar a mejorar mi vida.

Ella se ríe, pero no es una risa amable. Es una carcajada baja, seca, de esas que dejan claro que no se toma nada en serio lo que acabo de decir.

—¿Mejorar tu vida? —replica, apoyando un codo sobre la mesa y mirándome fijamente—. Te lo digo ahora, Miriam, no puedo detenerte si ya has tomado tu decisión. Pero si crees que puedes alejarte tan fácilmente de todo esto, te equivocas. No es tan simple. En este mundo, no eres Miriam, eres Mimarie, la fantasía de los empresarios, y esa imagen no se borra de la noche a la mañana.

Sus palabras caen pesadas sobre mí, y aunque no quiero admitirlo, sé que hay algo de verdad en lo que dice. No puedo ignorar lo que he sido, lo que aún soy a los ojos de muchos. Pero no puedo quedarme atrapada por miedo. Respondo con calma, aunque mis manos tiemblan ligeramente.

—Lo sé. Sé que hay cosas que nunca desaparecerán. Mi vida tiene una mancha, y tal vez la cargue siempre, pero tengo que intentarlo. Debo arriesgarme, Murgos. Si no lo hago, si me quedo, nunca sabré qué hubiera pasado si lo intentaba.

Murgos me mira en silencio durante unos largos segundos, como si estuviera evaluando si vale la pena decir algo más. Finalmente, se levanta de la silla de manera brusca, sin perder su compostura fría.

—Haz lo que quieras, Miriam. Pero no te engañes. Las fantasías no se desvanecen tan fácilmente.

Su voz es seca, cortante, como un golpe. Y con un simple «adiós», se da la vuelta y se aleja, dejándome sola en esa mesa que nunca volverá a ser la misma para mí.

La veo salir del restaurante, su figura alejándose rápidamente. Me quedo inmóvil, sin saber si sentirme aliviada o asustada.... ¿Por qué me siento tan asustada?....

¡Qué carajos...! Hoy es la víspera de Año Nuevo, y no puedo esperar para salir con mis amigas.

La noche ya ha caído cuando las tres bajamos de mi Honda Civic. Decidí no volver a usar el auto que me regaló Giovanni; nunca más. De hecho, debo encontrar la manera de devolvérselo. El aire frío de Londres me golpea en la cara mientras caminamos hacia la entrada del rascacielos. Las luces navideñas aún cuelgan por toda la ciudad, mezclándose con las de la calle, y la emoción de recibir el nuevo año flota en el ambiente. Estoy con Danna y Bárbara, y nos hemos arreglado con elegancia y brillo, tal como habíamos prometido. Negro y dorado son nuestros colores de la noche. Yo llevo una vincha que dice «1989» en letras doradas, Danna luce un sombrero dorado que brilla bajo las luces, y Bárbara lleva unas gafas ridículas, pero que, a pesar de todo, le quedan increíblemente bien.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora