—Lamento el golpetazo que Danna te propinó, Giovanni —le expresé días después de haber evitado cruzarme con él en los pasillos. Agotada y decidida a abordar el asunto, si Danna no se disculpaba, al menos yo lo haría. Giovanni, como de costumbre, me respondió con su gélida mirada y mantuvo un silencio imperturbable, pasando junto a mí como si mi disculpa careciera de valor.
Suspiré internamente. Al menos, ninguna de nosotras había terminado siendo víctima de un secuestro o un encuentro con malhechores. Sin embargo, una inquietante sospecha persistía en mi mente: no podía evitar pensar que Giovanni no se quedaría con los brazos cruzados por mucho tiempo. Estaba segura de que en algún momento nos sorprendería con alguna artimaña maquiavélica.
Octubre avanza, y las necedades de mi amiga también. Hace un rato, después de salir de la universidad, se le ocurrió la idea de acompañarme a mi lugar de trabajo, asegurando que tiene un deseo inmenso de conocer el sitio donde paso gran parte de mis noches. Como es costumbre, me vi obligada a inventar una excusa para evitar que me siguiera.
—¡Vamos, amiga! —exclamó Danna, emocionada—. ¿Por qué no me llevas al club donde trabajas? Podría ser divertido, ¿no crees?
—Oh, claro, Danna —respondí con una sonrisa—. Trabajar en una cocina de alta presión, rodeada de cuchillos afilados y fogones encendidos suena divertido.
Danna empezó a reír con sarcasmo y continuó:
—No seas pendeja, me refiero a divertirnos unos minutos antes de que inicie tu hora de trabajo. ¡Por favor! Es un club nocturno que, supongo, debería tener una buena discoteca.
Me eché a reír y a sacudir mi cabeza negativamente.
——No, amiga. Aquello es un grasiento y horrendo club —dije en aquel momento.
Al escuchar mi respuesta, solo le quedó cruzarse de brazos y torcer la boca mostrándose descontenta.
Y Aquí estoy, en mi habitación recién remodelada, lista para enfrentar otra noche en el glamoroso club «La rana que baila». Una nueva plataforma yace en el centro y al pie de la cama, el cual le hace base a un tubo de pole dance. Una bola de disco cuelga en el techo y hace que nuevos tonos de luces divaguen sobre cada superficie dentro de la habitación, la música sensual complementa este nuevo lugar de ensueño, exclusivo para mentes masculinas.
Mi maquillaje está perfectamente aplicado, el babydoll hace aún más sexy mi figura y el antifaz que bien deja filtra mis miradas enigmáticas y seductoras.
Tres golpes distintivos resuenan en la madera de la puerta, y al abrirla, me encuentro frente a mi primer cliente de la noche. Mi reacción inicial ante él es una sonrisa coqueta que se dibuja en mis labios.
Es un hombre que ronda los cincuenta años, de complexión delgada y estatura mediana; posee unas orejas grandes, o quizás es que sea de cabeza pequeña, no estoy segura; tiene una cabellera oscura que, probablemente, fue esponjada con un peine de puntas largas; lleva puesto un traje de cortes tan finos que me hace creer estar parada frente a un ejecutivo de la alta gerencia.
Su presencia está envuelta en un suave aroma, que dice con sutileza: «Soy bien varonil, pero no me molestaría comerme un Banana Split en público».
—Privet, velikolepnyy —dice mostrando una sonrisa coqueta.
Reconozco aquel idioma, mas no sé qué me habrá dicho. Es un hombre ruso, esbelto y de estatura mediana, lo cual no contrasta con lo que normalmente esperaría de los hombres de Rusia.
—Hola, ¿estás listo para la diversión?
—Por supuesto —responde, asintiendo suavemente y con una sonrisa que deja en claro que puede hablar mi idioma.
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
ComédieMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...