Si un día vuelvo a verte.

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—Naruto. —llamó Jiraya, dándole un golpecito en la cabeza. El rubio despertó de su ligero sueño, estaba cansado debido al entrenamiento. —Toma esto. —y partió, como siempre, una paleta a la mitad, ofreciéndole una de ellas. Naruto aún adormilado, la agarró con una sonrisa.

— ¿Dónde estabas, Ero-sennin? —preguntó.

—Estaba hablando con algunas mujeres. —y sonrió como Naruto describiría, un pervertido. El menor farfulló por lo bajo. —Dime, Naruto. ¿Regresando harás a Sakura tu novia?

El chico se atragantó con la paleta de hielo, tosiendo de repente con la cara coloreada en un intenso color rojo.

—Eres todavía un niño. —suspiró Jiraya. —A este paso no dudo que Sasuke sepa moverse mejor que tú.

— ¡Y-Yo...!

— ¿Qué pasa si le roba el corazón antes que tú? —en su interior, Jiraya estaba disfrutando infinitamente las caras que ponía el niño rubio. Estaba igual que un tomate. Y, aunque su piel bronceadita no lo hacía resaltar tanto como lo haría con Sakura o Sasuke, el color rojo también le sentaba bien. — ¿Quieres que te aconseje?

—Pero no has tenido novia. —replicó Naruto, queriendo vengarse.

Jiraya le dio un golpe en la cabeza, por habérselo recordado. —Claro que he tenido, solo que nunca las has conocido.

—Pensé que siempre estuviste detrás de la vieja Tsunade. —murmuró Naruto, con unas lágrimas en los ojos.

— ¿Quieres que te ayude o no? —replicó él. Naruto quería decirle que no, pero aquello se sentía como un padre dándole consejos a su hijo, algo que siempre quiso tener. Así que fingiendo no darle mucha importancia, asintió con la cabeza. — ¡Lo sabía! Realmente te gusta esa niña.

—Bah. Déjame en paz, viejo tonto. —Naruto se estaba arrepintiendo al último momento. Jiraya echó su cabeza hacía atrás, ahogando una carcajada al ver lo avergonzado que estaba.

Naruto despertó de pronto, sintiendo el sudor recorrer su rostro y cuerpo. Al ver que se trataba de un sueño se dejo caer de golpe en la cama, llevando una mano a la cara, miró de reojo el reloj en el buro. Dos de la mañana. Apenas hace una hora había logrado conciliar el sueño. Se sentó, incapaz de seguir acostado. Las piernas se sentían entumecidas, con un cosquilleo recorriéndole hasta la punta de los dedos. Tuvo que pararse para dejarse de sentir así. El cielo estaba despejado, como si nada horrible hubiera pasado. Era una noche hermosa.

Se sentía como si le hubieran dado una patada en el estómago, con semejante fuerza que le había terminado por robar todo el aire que alguna vez almacenó en sus pulmones y por más que inhalara, no llegaba nada a ellos.

Los ojos se aguaron al recordar el sueño, sonriendo melancólico al recordar los pequeños consejos que le había dado. Naruto necesitaba gritar. Que todo el mundo escuchara su dolor y no ser el único que se sentía miserable. Estaba a punto de derrumbarse, y todas las manos que una vez estuvieron tendidas a él, comenzaron a desvanecerse poco a poco.

Estaba harto de eso. De que cada que encontraba algo importante, le fuera arrebatado por la vida. Se sentía enfermo de pensar en todas las sonrisas falsas que tendría que dar los días restantes de su vida, fingiendo que no estaba muriendo por dentro. Se le pudría el alma al pensar que a partir de ese día, nada volvería a estar bien.

Se abrazó a sí mismo cuando sintió una corriente fría golpear su espalda. Tenía un enorme nudo en la garganta que no sabía como sacar. Las lágrimas no fluían. Era como si estuviera vacío. Naruto llevó las manos a su cara, queriendo asfixiarse con ellas. Y la pregunta del ¿por qué no fui yo? Rondó su cabeza, martirizándolo una y otra vez.

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