Capítulo 7: Cena Familiar

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El domingo llegó más rápido de lo que se esperaba. El trabajo en la oficina estuvo normal esa semana, y todos se dedicaron en poner al día a los nuevos dueños y empleados que se habían integrado.

La verdad es que a pesar de todos sus intentos, no pudo negarse a la petición de su hermano de hace unos días, y ahora tenía el compromiso de asistir a la cena.

Su alarma sonó muy temprano en la mañana, y tomó unas horas para limpiar su auto y hacer algunos recados. Debido a que su familia vivía en otra ciudad, decidió salir temprano, ya que es un viaje de tres horas.

Tomó las llaves de su auto y se dirigió a la casa de su infancia, pero durante todo el camino tuvo un nudo en el estómago.

Sabía que no era una buena idea, pero ya no tenía excusas para evitar la situación. Salió de la ciudad, y horas más tarde la vista empezó a cambiar de zonas rurales y casas pequeñas, a mansiones rodeadas de grandes pinos y árboles.

Giró a la derecha, y se detuvo en una mansión al final de la calle, y solo se quedó estacionado en el portón, con la cabeza presionada en el volante, respirando lentamente para calmar sus nervios.

"Okay," exhaló. "Llegas... saludas, comes y te vas." Se dijo a sí mismo.

Miró su reloj y eran las siete menos cuarto. Avanzó en su carro hacia la caseta de seguridad y bajó el cristal de su ventana. El hombre de mediana edad lo miró y lo reconoció inmediatamente.

Él seguridad abrió el portón y Jun condujo hasta la casa. Una mansión con grandes ventanales y un impecable jardín cubierto de rosas lo esperaba.

Era un bonito día—los colores anaranjados del atardecer se colaban por los árboles y había una tranquilidad en el área. Esperaba que se mantuviera así, sin inconvenientes.

Estacionó su auto y se dirigió hacia la casa cargando un vino como regalo para su madre—era su favorito.

Tocó el timbre y tenía el corazón en la boca por la anticipación. La verdad era que estaba muy nervioso y no sabía cómo manejar sus emociones. La puerta fue abierta por una señora que le brindó una sonrisa muy cálida y no pudo evitar la sonrisa que se asomó en sus labios.

"Martha," murmuró y se acercó para darle un abrazo.

"Pequeño," le dijo la señora devolviéndole el gesto.

Sin importar cuántos años pasarán, ella lo seguía llamando pequeño. Martha era su nana cuando era niño y siempre lo trató como su hijo.

Se separaron y Martha lo miró de arriba abajo con lágrimas en sus ojos.

Estaba triste, porque realmente le había dado la espalda a todos los que le mostraron cariño a medida que iba creciendo. Habían pasado siete años desde que se fue a estudiar a la universidad y nunca regresó a casa—tenía 18 años, la última vez que estuvo allí.

"Creciste un montón," le dijo sonriendo mientras removía las lágrimas de sus mejillas. "De niño eras la cosita más adorable, pero ahora ya eres un hombre, y uno muy guapo."

Se sonrojó ante el halago.

"Gracias Martha. Tú te ves igual a como te recuerdo de niño. No has cambiado nada." Y era verdad lo que decía, la mujer no había cambiado en absoluto.

"Lo voy a creer solo porque lo dices tú," Respondió mientras reía. "Déjame llevar el vino a la cocina. Tu madre aún no está lista y tu padre está fuera alimentando los perros."

Martha tomó el vino de sus manos, y se retiró a la cocina. Caminó hasta el comedor donde los empleados estaban organizando los platos. Era el único que había llegado, así que solamente se dedicó a observar los alrededores por un ventanal.

Laureles y PeoníasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora