Capítulo 121: Recuerdos

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**Este capítulo contiene descripciones de acoso sexual que podrían ser consideradas perturbadoras. Proceda con precaución.**

El ardor que sentía solo hacía que se retorciera sobre las pegajosas sábanas. Nunca había sentido un dolor tan indescriptible a su corta edad. Estaba medio inconsciente, por lo que todo lo escuchaba como si estuviera bajo una gruesa capa de hielo, y gimió ante la incomodidad, sin fuerzas para mover alguna parte de su cuerpo.

Los sollozos de su madre—a medida que limpiaba las heridas en sus manos causadas por su padre—era prácticamente lo único que escuchaba en medio de su delirio.

"Ya han pasado dos días, Martha." Su mamá acarició su cabello suavemente. "¿Por qué no baja la fiebre?"

"Es posible que sea por el estrés, mi señora."

Sintió sus cálidos dedos, deslizarse por sus mejillas, removiendo sus lágrimas.

"Mamá... lo siento." Murmuró Jun, con desasosiego.

Juliette estaba afligida, su expresión completamente destrozada. Se sentía inútil al pensar que todo lo que sucedía era por su culpa.

"No bebé, no hiciste nada malo—" sus palabras se atoraron y simplemente besó la frente de su hijo con afecto. "Te sentirás mejor pronto, ya verás." Continuó hablando en un tono como si fuera una canción de cuna.

Fue lo último que escuchó, antes de que perdiera completamente la consciencia.

Al tercer día ya no le dolían tanto las manos. Su fiebre aún no bajaba, pero podía moverse con más facilidad. Se despertó solo en su habitación y arrugó sus ojos al molestarle la claridad. Su garganta estaba seca y extrañamente, no había nadie a su alrededor que le buscara un vaso de agua.

Jun se paró de la cama con pesar, sentándose a la orilla y miró sus delicadas manos, las cuales estaban vendadas y le incomodaban bastante. Sus ojos se aguaron, ya que no entendía por qué su padre lo odiaba tanto.

Se bajó lentamente de la cama y salió de su habitación para dirigirse a la cocina. Estaba anocheciendo, los rojizos y anaranjados rayos de sol se colaban por los ventanales.

Vio algunos regalos en la sala a medida que deambulaba y recordó que era su cumpleaños, y debido a la tranquila atmósfera era obvio que su padre no estaba. Lo cual era una costumbre, nunca asistió a ninguno de sus cumpleaños.

Escuchó voces apresuradas a donde se dirigía. Parecía ser una discusión acalorada, pero las voces eran prácticamente murmullos.

El área donde se encontraba no era frecuentada por empleados a menos que fueran llamados, por lo que era muy solitario.

Al acercarse, pudo ver que había dos personas en el pasillo que encaminaba a un bonito jardín. Un hombre estaba de espaldas a Jun y una mujer de cabello rubio se encontraba frente a él—era su mamá.

El hombre agarró sus muñecas, pero el gesto no fue violento, más bien trataba de calmarla.

"No podemos." Dijo Juliette y el hombre ignoró su queja y se acercó a ella.

"Este lugar no es para ti, Julie." Dijo el Alfa y finalmente reconoció quién era. Era Edward—su tío. "Ven conmigo."

"Sabes muy bien que Ernesto no me dejará ir." Imploró la mujer. "Por favor, Ed. No compliques más las cosas."

El Alfa suspiró con tristeza y sostuvo su mejilla. La expresión en el rostro de su madre era una que nunca había visto—era amor puro.

Jun se sintió engañado al ver la escena. ¿Cómo podía su mamá hacerle algo así a su padre?

Laureles y PeoníasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora