No creo que la gente se lea 50 capítulos de este guapote ¿o sí?
*:Encuentro de corazones rotos
Esto es continuación del escenario no.27
Escucha la música y por favor, no llores :)
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Había una vez en Tokio, un joven ambicioso y talentoso llamado Kenji Sato. Era un beisbolista estrella, conocido por su orgullo y su enfoque inquebrantable en sí mismo y en su carrera. Durante sus años de juventud, Kenji había estado en una relación contigo. Te amaba profundamente, pero su ego y su obsesión por el éxito finalmente los separaron. Fue incapaz de ver más allá de su propio reflejo, y eso te alejó.
Decidiste dejar a Kenji, cansada de su arrogancia y su incapacidad para poner a otros antes que a sí mismo. Fue una decisión dolorosa, pero sabías que era lo mejor para ti. Pasaron los años, y encontraste el amor de nuevo. Te casaste con un hombre amable y comprensivo, y ahora estabas esperando un hijo. Habías encontrado la felicidad que merecías, pero el recuerdo de Kenji aún persistía en algún rincón de tu corazón.
Un día, mientras caminabas por una avenida concurrida de Tokio, lo viste. Kenji estaba allí, parado bajo la luz de un farol, sus ojos perdidos en el vacío. Había envejecido, pero aún conservaba esa chispa que alguna vez te había atraído. Sin embargo, algo en su mirada había cambiado; parecía más oscuro, más desesperado.
Kenji también te vio. Al principio, no podía creerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer a la mujer que nunca había podido olvidar. La realidad de verte con otro hombre, feliz y embarazada, rompió lo poco que quedaba de su espíritu.
Kenji cayó en la locura. Se hundió en un abismo de tristeza y desesperación, incapaz de aceptar que te había perdido para siempre. Comenzó a beber, su mente atormentada por visiones de lo que podría haber sido. Cada sonrisa tuya, cada gesto de amor que compartías con tu esposo, era como un puñal en su corazón.
Una noche, completamente borracho y consumido por la desesperación, Kenji se dirigió a la misma avenida donde te había visto. La lluvia caía torrencialmente, y los coches pasaban rápidamente por la carretera mojada. Kenji, tambaleándose, se colocó en el medio de la avenida, mirando a los faros de los coches que se acercaban.
—¿Qué sentido tiene vivir sin ti? —murmuró, sus palabras perdidas en el sonido de la lluvia.
Justo cuando estaba a punto de dar el paso fatal, apareciste tú. Habías visto a Kenji desde la acera y comprendiste sus intenciones. Sin pensarlo dos veces, corriste hacia él, llamándolo con desesperación.
—¡Kenji, no lo hagas! —gritaste, tu voz quebrándose por la angustia.
Kenji te vio venir, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Todo el amor, la culpa y la tristeza que sentía se reflejaron en sus ojos. Justo cuando un coche estaba a punto de atropellarlo, te lanzaste hacia él, empujándolo fuera del camino.
El impacto fue brutal. El coche te golpeó de lleno, lanzándote varios metros por el aire antes de que tu cuerpo cayera pesadamente al suelo. Kenji, aún borracho y aturdido, se arrastró hacia ti, sus lágrimas mezclándose con la lluvia.
—No, por favor, no —susurró, sosteniendo tu cuerpo ensangrentado. —No me dejes otra vez. No así.
Tus ojos, llenos de dolor y amor, encontraron los suyos. Con una voz apenas audible, dijiste:
—Kenji... siempre te amaré, pero debes aprender a amarte a ti mismo. Vive, por favor.
Con esas últimas palabras, tu aliento se extinguió. Kenji, destrozado y consumido por el dolor, te sostuvo en sus brazos, llorando como nunca antes lo había hecho.
Las sirenas de las ambulancias y los coches de policía llenaron el aire, pero para Kenji, el mundo había dejado de existir. Todo lo que podía sentir era el vacío inmenso de haberte perdido para siempre. Se quedó allí, bajo la lluvia, sosteniendo tu cuerpo sin vida, su corazón roto en mil pedazos.
Desde ese día, Kenji nunca fue el mismo. Llevaba el peso de tu sacrificio como una cadena alrededor de su alma. Vivió su vida con la memoria de tu amor y la lección que habías intentado enseñarle, pero la tristeza y la culpa nunca lo abandonaron. El final fue trágico y doloroso, un recordatorio eterno de que a veces, el amor y la redención llegan demasiado tarde.
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