*: Están divorciados pero tienen una hija
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T/N estaba en la cocina, preparando el almuerzo de su hija, Emi, cuando sonó el teléfono. Era un mensaje de Ken. Lo leyó con una mezcla de cansancio y resignación:
"Voy por Emi en una hora."
Suspiró profundamente, observando el mensaje como si estuviera enfrentándose a una promesa vacía. No era la primera vez que Ken prometía venir por su hija y no aparecía. De hecho, había perdido la cuenta de cuántas veces había pasado ya.
—Emi, cariño, tu papá dice que vendrá por ti en una hora —le dijo, tratando de sonar entusiasta mientras la niña jugaba en la sala. Emi, una niña de cinco años con los ojos brillantes de emoción, se levantó de inmediato.
—¡Papá viene a verme! —exclamó Emi, su carita iluminada por la felicidad.
T/N sonrió con tristeza, viendo cómo su pequeña corría a su habitación a buscar sus juguetes favoritos, emocionada por pasar tiempo con su padre. Era una escena desgarradora, ver a su hija tan feliz por algo que temía que no sucediera.
El tiempo pasó lentamente. Emi se había cambiado de ropa tres veces, indecisa sobre qué vestido le gustaría más a su papá. T/N se sentó en el sofá, mirando el reloj de la pared, sintiendo cómo cada minuto se alargaba en su pecho, volviéndose una carga insoportable.
Una hora se convirtió en dos. Emi seguía esperando junto a la ventana, mirando la calle con esperanza, con su mochila lista y un par de zapatos nuevos que quería mostrarle a Ken. Pero no había señales de él.
T/N revisó su teléfono, buscando otro mensaje, una explicación, algo. Pero la pantalla permanecía en silencio. Sabía lo que significaba, ya lo había vivido antes. Intentó preparar a Emi para la decepción.
—Cariño, ¿por qué no vienes y comemos algo mientras esperas? —le sugirió, tratando de desviar su atención.
—No, mamá, quiero esperar aquí. Papá siempre viene —respondió Emi con la inocencia de un niño que aún no entiende la realidad.
Otra hora pasó, y finalmente llegó un mensaje de Ken:
"Lo siento, estoy ocupado. No puedo ir hoy. Otro día la busco."
El dolor en el pecho de T/N se intensificó. Era la misma excusa de siempre, las mismas palabras que ya no tenían ningún peso. Miró a Emi, que seguía junto a la ventana, su entusiasmo comenzando a desvanecerse al ver que su papá no aparecía.
El corazón de T/N se rompió un poco más al tener que decirle la verdad.
—Emi, cielo... —dijo suavemente, acercándose a su hija—. Papá no va a venir hoy. Está ocupado.
Emi se volvió hacia su madre, y la tristeza en sus ojos fue como un puñal en el corazón de T/N. La niña se quedó en silencio, y luego, sin decir una palabra, bajó la cabeza, sus pequeños hombros cayendo con una decepción que era demasiado grande para su corta edad.
—Pero dijo que otro día sí vendrá, ¿verdad? —preguntó Emi, aferrándose a esa pequeña esperanza.
T/N asintió, aunque por dentro sabía que era probable que "otro día" nunca llegara. Quería proteger a su hija, pero no podía ocultarle la verdad indefinidamente.
Emi asintió y, en silencio, comenzó a quitarse los zapatos que había elegido con tanto cuidado. T/N la abrazó, tratando de reconfortarla, pero sabía que no había palabras que pudieran curar ese tipo de dolor.
Esa noche, después de acostar a Emi, T/N se quedó en la sala, sola con sus pensamientos. La casa, que alguna vez había sido un hogar lleno de risas y promesas de futuro, ahora se sentía vacía y fría, reflejando lo que había quedado de su matrimonio con Ken. Había sido una relación que comenzó con amor, con sueños compartidos, pero que terminó en un vacío que él nunca supo cómo llenar.
El teléfono sonó nuevamente. Era otro mensaje de Ken, disculpándose, diciendo que las cosas estaban difíciles, que intentaría hacerlo mejor la próxima vez. T/N dejó el teléfono sobre la mesa, sin responder. Ya no tenía fuerzas para discutir, para recordarle lo que debería ser obvio: que Emi lo necesitaba.
Los días pasaron, y aunque Ken seguía enviando mensajes prometiendo que pasaría tiempo con Emi, esos días nunca llegaban. T/N veía cómo su hija, que antes esperaba a su papá con emoción, comenzaba a aceptar la realidad, a no esperar demasiado. La inocencia de Emi se estaba desvaneciendo poco a poco, y con ella, la última chispa de esperanza que T/N había albergado de que Ken cambiaría.
Una tarde, mientras T/N observaba a Emi jugar sola en el jardín, sintió una profunda tristeza mezclada con una resignación que la agotaba. Había luchado tanto para mantener a su familia unida, para darle a su hija la vida que se merecía, pero ahora sabía que no podía obligar a Ken a ser el padre que Emi necesitaba.
Al final, Ken se había convertido en una sombra en la vida de su hija, alguien que existía solo en promesas vacías y ausencias dolorosas. Y T/N sabía que la única manera de seguir adelante era aceptar que algunas cosas nunca cambiarían, que Ken siempre sería un padre ausente, y que ella tendría que ser suficiente para llenar el vacío que él había dejado.
Esa noche, mientras abrazaba a Emi antes de dormir, T/N prometió que haría todo lo posible para que su hija nunca se sintiera sola, para que supiera que, aunque su papá no estaba, siempre tendría a su mamá para apoyarla.
Pero mientras apagaba la luz y se acostaba en su propia cama, el peso de la soledad la aplastó una vez más. Ken no solo había fallado como padre, también había fallado como esposo, y en ese silencio que llenaba la casa, T/N se dio cuenta de que el amor que alguna vez sintió por él se había convertido en un dolor sordo y constante.
Un dolor que, con el tiempo, tendría que aprender a soportar sola.
Si me dolio....