*:Obsesión en la catedral
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En la gran y oscura ciudad de Tokio, en un rincón donde lo antiguo se encuentra con lo moderno, una catedral imponente se erguía como un bastión del orden y la moral. Allí, Kenji Sato, servía como juez y guardián, vigilando con celo cada rincón de su dominio. Era un hombre rígido, consumido por sus propias reglas y creencias, hasta que un día su mundo se trastornó.
Todo comenzó durante una celebración en las calles, una festividad donde el color y la música llenaban el aire. Fue allí donde te vio por primera vez, una gitana bailarina, moviéndote con gracia y pasión, cada movimiento hechizando a la multitud. Para Ken, fue como ver el pecado personificado, una tentación que lo hizo arder por dentro.
Te observó desde la distancia, sus ojos oscuros llenos de deseo y repulsión. No podía apartar la mirada mientras bailabas, sintiendo cómo su mundo de orden y pureza se desmoronaba.
Desde ese día, Ken se obsesionó contigo. No podía concentrarse en sus deberes sin pensar en tu figura danzante, en tus ojos brillantes y tu risa libre. Empezó a buscarte en las calles, siguiendo tus pasos en secreto, alimentando una necesidad que no podía comprender ni controlar.
Una noche, te encontraste sola en una calle oscura, sin saber que él te acechaba desde las sombras. Te atrapó por sorpresa, sujetándote con fuerza contra una pared de piedra.
—¿Qué quieres de mí? —preguntaste, tus ojos llenos de desafío y temor.
Ken te miró con una mezcla de furia y deseo, su rostro a solo unos centímetros del tuyo.
—Eres una criatura impura —murmuró, sus manos temblando. —Un pecado que no debería existir. Pero... no puedo apartarme de ti.
Trató de controlarse, pero sus palabras eran más para sí mismo que para ti. Sentía una necesidad desesperada de poseerte, de purificar el deseo que lo consumía. Te llevó a la catedral, encerrándote en una pequeña habitación oscura, lejos de la vista de todos.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntaste, intentando mantener la calma.
—Voy a salvar tu alma —respondió Ken, aunque sabía que eran sus propios demonios los que intentaba exorcizar.
Día tras día, Ken te visitaba, su obsesión creciendo con cada encuentro. Intentaba reprimir su deseo, rezando y castigándose por sus pensamientos impuros, pero nada funcionaba. Sus palabras eran una mezcla de odio y anhelo, condenándote por tu pecado y suplicando tu perdón.
Una noche, la tensión llegó a un punto crítico. Entró en tu celda, sus ojos ardientes y su respiración agitada.
—No puedo más —susurró, acercándose peligrosamente. —Te deseo, pero te odio por lo que me haces sentir.
Te miraste con valentía, sabiendo que no podías cambiar quién eras ni lo que él sentía.
—No soy más que una bailarina, una mujer libre. No puedes poseerme —dijiste con firmeza.
Ken se derrumbó, su rostro reflejando una desesperación profunda. En un arrebato, te tomó por los hombros, sus labios rozando los tuyos con una mezcla de deseo y furia. Pero en ese momento, algo en él se rompió.
—Si no puedo tenerte, entonces nadie lo hará —murmuró, la locura brillando en sus ojos.
En un acto final de desesperación, encendió un fuego en la catedral, decidido a destruir lo que no podía poseer. Las llamas comenzaron a consumir el edificio, y mientras el fuego crecía, te miró una última vez, sus ojos llenos de tristeza y obsesión.
—Perdóname —fue lo último que dijo antes de ser tragado por las llamas.
La catedral ardió, llevándose consigo los sueños y las obsesiones de un hombre que no pudo vencer sus propios demonios. Y tú, la gitana que había despertado su locura, te quedaste en las sombras, libre pero marcada por la trágica historia de un amor imposible y destructivo.
Inspirado en mi película favorita: El Jorobado de Notre Dame :)
Ken como Claude Frollo ¡uy!