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Estoy sentada en un banco, en silencio, en aquél lugar con luz tenue. Siento mis párpados pesados, no sé cuanto tiempo llevo allí, mirando la figura del Cristo crucificado que tenía frente a mí.

Solo escucho el sonido de mi respiración, estoy sola, salvo por una mujer mayor, que acaba de llegar.

La observo hacer su camino hacia las velas que hay delante del Cristo y enciende una para después alzar su cabeza.

Se sienta en el banco que está a dos del mio y la observo ponerse de rodillas. Ella reza. La veo mover sus labios mientras mira a la figura que tenemos en frente.

Dejo de observarla y miro mis manos. No había ningún sitio en el que me sintiera bien. No había ningún lugar al que poder llamar casa porque no me sentía en ella.

Ni siquiera estando en España, en casa de mi abuela, me sentía bien. No podía evitar deambular por la casa como si fuera un fantasma. Sentarme al lado del sillón del abuelo y poner una mano en su reposabrazos, como si aún él estuviera ahí.

Parpadeo un par de veces y observo que la mujer se ha levantado. Sube hacia el altar y miro a mi alrededor para ver si hay alguien. ¿Podía subir ahí?

Ella toca los pies del Cristo una y otra vez mientras habla en voz baja. Cierra los ojos con fuerza y hace una reverencia para después bajar del altar.

Antes de irse, su mirada de ojos claros choca con la mía y esboza una sonrisa tranquilizadora.

No tardo en salir de la Iglesia en la que me encuentro y me quedo allí, en la puerta, mirando el cielo que se torna cada vez más gris.

El claxon de un coche suena y veo que es papá. Me acurruco en mi ancha sudadera y me monto en el coche para después ponerme el cinturón.

— ¿Has encontrado lo que buscabas? —Pregunta.

— No.

La fama clava sus agujas por todo tu cuerpo mientras intentas seguir sonriendo. Eres solo un muñeco dentro de esta gran industria. Una máquina de hacer dinero. Un títere al que la gente podía acuchillar si le apetecía.

Todo éramos libres de expresar nuestra opinión, pero la gente no hacía eso. La gente quería verte caer. A la industria le daba igual si caias mientras ellos siguiesen ganando dinero.

Ni los más grandes habian podido aguantar muchas veces la presión que conlleva ser famoso.

Mi alma estaba rota y negra.

Nadie podía salvarla.

Intenté limpiar las cicatrices y las marcas que había debajo de mi piel pero estás grabado en mi piel como una piedra.

No puedes salvarme. Lo llamas amor pero, ¿todavía me odias?

Señor, lo intento y no puedo decir no.

Miro a Scooter mientras escucha la canción. Él mueve la cabeza y me mira de vez en cuando para asentir. Le gusta, a mí también. Estaba poniendo todo mi corazón en esto. Todos mis sentimientos.

¿De qué servía ocultar como estaba?

Todo el mundo tenía que caer alguna vez, ponerse triste, dejar salir lo que sentía.

Y yo había sonreído como una autentica perra después de que Justin Bieber se disculpara. Me había levantado y le había dicho que, aunque sea, se cortara las puntas de vez en cuando para sanear su pelo.

También había mencionado que podía pedirle champú al amor de su vida, imaginaba que aún no había gastado todos los botes que le había enviado Pantene.

Strangers - Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora