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No estaba lista para morir. O por lo menos no todavía. Él destino no había dejado que mi vida acabara y yo no iba a ir contra él. Quizás es que me quedaban cosas por hacer. No era mi hora, mi momento.

Sin embargo, no podía alejar los malos pensamientos porque estaba dolida, rota y triste. Lloraba por todo, a todas horas, componía y la melodía triste hacia que el vacío en mi pecho se hiciera cada vez más grande.

No estás sola.

¿Por qué me sentía así entonces? ¿Por qué encontraba vacío en abrazos reconfortantes?

¿Por qué no podía ser feliz?

Tenía la respuesta a esa pregunta, bueno Eddie me la había dicho cuando consiguió comunicarse conmigo.

No has encontrado la manera de serlo. Te estancas en las piedras, te ahogas en los vasos de agua, finges estar bien cuando no lo estás.

Salta la piedra, bébete el vaso de agua y nunca te digas a ti misma que estás bien cuando no lo estás.

No te engañes, todos tenemos derecho a sentirnos tristes. No tenemos que sonreír o reír siempre. No tenemos que agradarle a todo el mundo.

Lo sabía. Era mi vida, yo decidía que hacer y la gente que opinaba respecto a ella se podía ir a la mierda si quería. Tenía que coger las riendas y empezar de nuevo.

Podía retirarme.

Podía dejar de sacar música, sin embargo, la gente no se olvidaría de mí.

Miro por la ventana del coche hasta que paramos frente a una casa. Miro a Carol, que está a mi lado y después mi vista se fija en Tobías, que me mira desde el asiento del copiloto con sus cejas alzadas.

Lamo mis labios y me bajo para después cerrar la puerta. Me cuelgo mi pequeña mochila donde llevo lo necesario para no morir en un día y me acerco a la puerta de esa casa donde no he estado nunca.

Llamo y muerdo mi labio nerviosa esperando que Joseph no me haya timado de nuevo, porque esta vez, no lo dejaré pasar.

Una mujer me abre y me mira con sorpresa, seguramente intentando averiguar que hago ahí.

— ¡Alissa! —Exclama y no tarda en darme un pequeño abrazo, que recibo.

— Hola, siento haber venido sin avisar.

— No te preocupes, entra.

Miro hacia atrás y mi prima se despide con la mano. Entro en aquella desconocida casa y miro a mi alrededor, nerviosa.

— Ven, voy a mostrarte su habitación.

La madre de Matthew me sonríe de forma maternal y la sigo hasta las escaleras.

— Estás más delgada —apunta.

— No estoy pasando por un buen momento —digo.

Ella se para a mitad de las escaleras y se gira para mirarme. No me mira con lástima, si no... con comprensión. Ella me comprende.

— Ese mundo... no es bueno.

— No, no lo es.

Ella chasquea la lengua y sigue subiendo las escaleras. La sigo hasta que se para en una puerta. Da unos toques con sus nudillos y escucho la voz de Matthew al otro lado de la puerta.

Esa mujer con sonrisa bondadosa me hace una seña y abro la puerta un poco, asomando primero mi cabeza.

Matthew está en la cama, apoyado en el cabecero con varias almohadas y cojines. Una de sus piernas está con yeso, apoyada en un cojín.

Strangers - Justin Bieber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora