Uno

1K 78 26
                                    


Una tacha más en el calendario. Otra jornada de trabajo que acababa.

Se posicionó delante de su espejo de medio cuerpo, ese que estaba junto a la mesita de noche, que a su vez estaba pegada a la cama, como todo lo que había dentro del cuarto.

Su casa era ese cuarto.

Se quitó el gorro y la malla, objetos que cubrían su pelo, el cual yacía en una especie de coleta enredada.

Apestaba a frituras, su piel tenía acné, sus cejas estaban desaliñadas y sus labios resecos.

¿Cuánto tiempo sin sentir las tibias caricias de la felicidad recorrer su pecho?

Se miró con más detalle. Más de cerca.

—Tengo que pagar la renta, —se dijo a sí misma—. Todo sea por pagar la maldita renta.

Se dejó caer sobre la cama para darse unos minutos de paz, ya que posterior a todo un día trabajando en el local de comida rápida su cuerpo suplicaba por un respiro.

Al menos no tuvo que hacer el turno de la madrugada aquella jornada, el cual era terriblemente aburrido e insoportable, porque prácticamente nadie venía y la soledad era asfixiante, además tenía que limpiar todo por su cuenta. Esto era así porque, al ser una sucursal pequeña, el turno nocturno se le encargaba solo a una persona, luego, cuando ya eran las seis de la mañana, llegaban dos o tres trabajadores más, para preparase en contra de la horda de personas que venían en busca del menú del desayuno.

Su cuerpo estaba exhausto y le costaba enfocar la vista de manera correcta, sin mencionar que el pestilente aroma a aceite embadurnaba sus fosas nasales.

—Qué asco...

Luchando contra el cansancio, con toda la poca fuerza de voluntad que le quedaba a esas horas de la noche, tomó algunas cosas y se metió al baño para darse una ducha rápida.

Había otras personas en la casa que también llegarían de trabajar e igualmente se querrían dar un baño. Ella no los conocía, pero la vergüenza era el motor de sus acciones, además no quería importunar a nadie. Compartir un baño con todas las personas del primer piso no era divertido en absoluto.

De hecho, si hubiese podido, jamás habría salido de la habitación, pero su realidad era otra, ya que tenía que trabajar, comer, pagar la renta y las deudas.

Amelia se puede resumir en algunas líneas, si someramente lo intentamos.

҉    Una mujer de veintitantos que abandonó la universidad al segundo año.

҉    Sin metas en la vida, más allá de pagar las cuentas cada mes y tener qué comer.

҉    Con un problema de peso de varios kilogramos por sobre lo idealmente sano.

҉    Cabello rojizo y grasoso, con problemas de caspa bastante notorios.

҉    Hábitos de cuidado personal deplorables.

¿Por qué?

En un nuevo viaje al pasado lo recordó.

Al sentir sus carnes adaptándose a la rauda y certera mano en forma de puño, sintió mucha ira y dolor, pero, por sobre todo, sintió el intenso arder de un fuego interno en su pecho, el cual dictaminó que ya era hora de la operación "pigargo insubordinado" , el gran escape planeado por tanto tiempo.

Cayó sentada sobre su propia cama tras el nuevo puñetazo.

Otro día y otra vez que la arrinconaba hasta su propia habitación para golpearla.

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora