Sesenta y cinco

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—¡Estoy en casa! —vociferó Amelia al llegar.

Nadie respondió a su anunciar.

Caminó con sumo cansancio hasta la cocina, en busca de algo de cenar antes de ir directo a la cama.

Se sentía maltratada, tanto física como emocionalmente. No haber dormido la noche anterior, haber tenido dos exámenes, y haber hecho un viaje en motocicleta con una sumatoria de casi noventa minutos le pasan la cuenta a cualquiera.

Al llegar al comedor principal, lugar que había que cruzar para llegar a la cocina, vio a Tom parado junto a la mesa, con un candelabro con velas encendidas, y con la cena servida.

—Thomas...

—Hola, Moró mou... —saludó con delicadeza.

—¿Qué es todo esto? —preguntó acercándose a él.

—Hoy es dieciocho de noviembre... —dijo tomando su mano—. Hace exactamente ocho meses estreché tu mano por primera vez... me dijiste tu nombre también...

Ella no pudo evitar sonreír.

—Y rompí la cafetera...

—Sí, fue una gran noche... —murmuró divertido—. No sé si me habría animado a preguntarte tu nombre de no ser por aquel desafortunado accidente...

Tom se acercó a ella con cuidado, y la besó con tranquilidad.

—Quiero que me perdones... por todo lo que te he hecho pasar... —habló separándose un poco de ella—. No lo mereces... soy un desequilibrado, lo reconozco... pero no puedo ir al terapeuta, lo he intentado una vez, pero escapé antes de poner un pie en la consulta.

Ella no respondió nada frente a eso.

—Sabes que te amo...

—Lo sé... —murmuró ella.

—Pero no puedo complacerte en ese sentido...

—No es por mí, Tom... deberías hacerlo por ti mismo... —habló Amelia con seriedad.

—Dejemos de hablar de esto, por favor...

—Es que tenemos que hacerlo, Tom yo...

—El viernes es la última función de la obra... —la interrumpió caminando hasta el comedor, jalando una silla hacia atrás, para que la mujer se sentara—. Acomódate por favor... —susurró mirándola—. Estaré libre por un tiempo, hasta el próximo año al menos... ningún proyecto grande, nada... estaré más en casa, podremos pasar más tiempo juntos...

Amelia suspiró y se sentó en donde él señalaba.

—Eso suena genial... —respondió.

—Lo sé, será increíble... espero que te guste la cena, me tomó mucho hacerla...

—Salmón al horno y verduras salteadas... —dijo ella sonriendo de lado.

—Y vino blanco, claro... —murmuró mientras lo servía—. Parece que fue ayer cuando te vi por primera vez... y aunque has cambiado, sigues teniendo la misma mirada... y la misma sonrisa...

Ella lo miró, ciertamente conmovida.

—Y sé que seguirás cambiando con los años, como yo lo haré seguramente... pero quiero que sepas que nunca dejaré de quererte, sin importar qué...

—Gracias, Tom... yo tampoco dejaré de quererte...

Él sonrió mientras tomaba su mano.

—¿Yo te gusto, Amelia? —preguntó con recato.

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