Setenta y cuatro

173 30 36
                                    


Amelia terminó su primer semestre en el Imperial College London, dando así inicio a la temporada de vacaciones de otoño.

No hubo ni un solo día en el que Tom se apareciera por la universidad, y aquello fue un alivio.

En lo profundo de sí misma agradecía a Benedict por haberlo puesto en su lugar, aunque hubiese sido a golpes.

El problema estaba en que, al ser despedido, tuvo que trabajar en lo primero que encontró.

Mesero.

El brillante Benedict Cumberbatch era ahora un camarero, que trabajaba literalmente de sol a sol, saliendo de casa de amanecida, y llegando cuando el sol ya se había ocultado.

Ese día, trece de diciembre, el último día de clases de la mujer, Benedict fue por ella al Imperial en su motocicleta.

Tuvo que cambiar turnos con un muchacho, y se lo tendría que compensar mañana, quedándose hasta más tarde, pero no le importaba en lo absoluto.

—¡Ben! —exclamó sonriendo mientras caminaba hacia él.

La mujer se puso muy feliz al verle, jamás pensó que vendría por ella, sabía que debía trabajar.

—Buenas tardes, señorita Wiśniewski... —saludó el inglés—. He venido por usted con la intención de llevarla a cenar...

—¿Chipotle? —preguntó observándolo.

—Chipotle... —confirmó él sonriente.

Ben le extendió su casco rojo, y montaron la motocicleta en dirección a Covent Garden.

Estaban en la fila, esperando para pedir sus usuales burritos, los cuales compartirían en una banca de algún parque cercano, como siempre.

—Cuenta compartida, espero... —dijo Amelia cuando estaba por llegar su turno.

—No esta vez... —respondió mirándola—. Es tu último día de clases hasta enero, déjame pagar a mí en esta oportunidad...

—Ben... creo que... —se detuvo en su hablar—. No... solo olvídalo...

—¿Qué pasa? —interrogó serio.

—Nada... es decir... —se turbó con sus propias palabras—. No quiero hablar de esto aquí...

—Amelia...

—Es en serio... —murmuró—. Ya nos toca, en el parque conversamos...

Luego de pagar y elegir sus burritos y bebidas, salieron del lugar en silencio, y del mismo modo se mantuvieron hasta que arribaron a la plazoleta iluminada y llena de vida por esas horas.

—Entonces... ¿me dirás qué pasó? —cuestionó un cansado Ben.

Amelia suspiró, y sin más remedio metió su mano al bolsillo, para sacar un papel arrugado que entregó a Benedict.

El inglés lo leyó, y levantó la mirada hacia ella, con completo desconcierto.

—No... —la observó frunciendo el entrecejo—. Amelia, no...

—Es lo que tenía que hacer... —murmuró triste—. Tenía que suspender mis estudios, no puedo pagarlo, y no voy a dejar que Tom lo siga haciendo, no quiero nada que venga de él...

—Pero Amelia... ni siquiera vimos las posibilidades de becas... —habló con angustia.

—No hay para estudiantes como yo... no cumplo con los requisitos para ninguna.

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora