Cien

162 24 11
                                    


La primera conferencia fue el puntapié inicial para una gran gira matemática, el calendario fue planeado por el Imperial College London, Amelia y Ben solo debían seguirlo al pie de la letra, y hacer sus respectivas conferencias en el lugar señalado en su hoja de ruta.

París, Viena, Bruselas, Roma, Ámsterdam y Madrid fueron solo algunas de las ciudades que visitaron, incluso estuvieron en Polonia, dictando cátedra en la universidad de Varsovia, lugar de formación y trabajo de Rowan Wiśniewski, su padre.

Tuvo la oportunidad de charlar con colegas de Rowan, quienes le contaron que él también había intentado resolver a Poincaré, pero que su trabajo no rindió frutos, a pesar del tiempo y esfuerzo que invirtió en ello. Un viejo matemático le dijo en un inglés roto que su padre habría estado muy orgulloso de ver que su hija se había convertido en una matemática como él, y que había resuelto al Poincaré que logró vencerlo en su juventud.

También visitaron Moscú y San Petersburgo, en donde todos quedaron sorprendidos y contentos al ver cómo Amelia hablaba ruso a la perfección, y respondía a sus preguntas con gran entusiasmo, en Berlín le ocurrió algo similar, ya que, al saber un poco de alemán, se vio en la posibilidad de contestar ciertas interrogantes mediante el idioma teutónico, lo cual encantó a todos quienes tuvieron la posibilidad de escucharla.

La gira duró casi tres meses, y recorrieron toda Europa y parte de Asia, mientras sus gatos y su casa quedaron a cargo de una muchacha que contactaron a través de una empresa de cuidado de viviendas, algo muy confiable y formal.

Incluso el cumpleaños de Amelia fue celebrado en medio de la gira, mientras estaban en Praga, República Checa.

Amelia estaba recostada en la gran cama de la habitación que compartía con Ben, hacía poco que había despertado, y no se sentía muy bien, ya que la noche anterior habían bebido Becherovka, un licor checo de gran graduación, que le brindó una desagradable resaca a la mujer.

Se sentía culpable por haberlo hecho, sabía que no debía, pero quería celebrar otra gran conferencia llevada a cabo de manera exitosa junto a su compañero y enamorado.

De pronto escuchó cómo se abría la puerta, señalando que Benedict había encontrado algo para aliviar su malestar.

—¿Conseguiste aspirinas? —preguntó ella sin abrir los ojos.

El inglés no respondió, así que ella se irguió en el lecho, y abrió los ojos.

—Feliz cumpleaños, Amelia... —musitó él con una sonrisa.

Entre sus manos sostenía un pastel de chocolate que tenía muchas velas encendidas, Amelia se levantó con lentitud, mientras una gran sonrisa surcaba su rostro.

—Ben... no tenías para qué molestarte... —musitó acercándose a él.

—Veintiséis años no se cumplen todos los días...—habló Ben—. Pide un deseo y apágalas...

Ella cerró los ojos, y un segundo después ya había soplado las velas.

—¿Pensaste que me había olvidado de ti? —preguntó mientras sacaba las velas del pastel y lamía las bases chocolatadas.

Ella soltó una pequeña risa.

—Acabo de recordar que hoy es mi cumpleaños... —murmuró divertida mientras acariciaba su rostro—. Gracias por esto, Ben...

Lo besó con pasión y necesidad, mientras él la tomaba por la cintura con su mano libre.

—Y no es todo... —susurró sobre sus labios.

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora