Cuarenta y cuatro

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El veintiséis de agosto, el día después de que Amelia oficialmente aceptara estudiar en Londres y vivir con Tom, ambos fueron temprano hasta el Imperial College London para hacer efectiva su inscripción y matrícula. Le entregaron muchos folletos y también calendarizaron la fecha de su evaluación, para ver en qué año retomaría sus estudios, en base a sus conocimientos.

Viajaron a Charlottesville, para poder arreglar todo allá, aprovechando que Tom tendría cero funciones u obligaciones por cumplir durante los dos días siguientes.

Faith se puso muy contenta con la noticia, alegando que ella supo cuál sería la respuesta de Amelia desde un principio.

Organizaron una venta de garaje para vender las cosas de Amelia. Su cama, su hervidor, su mesa, sus sillas, sus platos, su cómoda, todo aquello que con tanto esfuerzo había logrado adquirir. En un principio, Tom se vio reacio a que se desasiera de sus pertenencias, pero ella lo convenció argumentando que esos bienes solo ocuparían espacio en casa, y que ya no los necesitaría. Lo terminó por convencer, aunque la verdad era que ella tampoco quería vender sus cosas, pero necesitaba el dinero para pagar todas sus deudas, e irse de Estados Unidos sin deberle un centavo a nadie. Tenía que ser de ese modo, no podía pedirle dinero a Tom, él ya había hecho demasiado por ella.

Le dolió vender sus cosas, pero era necesario.

Tom la ayudó en ello, publicó una foto en Instagram, de él y Amelia, abrazados en el antejardín de la casa virginiana, invitando a todos los que anduvieran por ahí a darse una vuelta por la pequeña venta de jardín, y que, por su puesto, compraran algo si les parecía lindo y útil.

El resultado de esa pequeña publicidad fue magnífico. La muchacha vendió todo, y a un muy buen precio. Más de cien personas vinieron ese día, muchos solo a ver a Tom, para fotografiarse con él, grabar videos o pedirle autógrafos, ante lo cual él accedió con la mejor voluntad.

Amelia puso el resto de sus pertenencias, aquellas que le habría sido imposible vender, en un montón de cajas, las cuales enviaron esa misma tarde a Londres. Una vez más Tom arregló todo, preocupándose de pagar por el envío Premium, y de avisarle a Omar que recibiera la entrega y se ocupara de ordenar todo en el cuarto de Amelia.

Esa noche se fueron a un hotel, ambos estaban cansados, había sido un día muy difícil y necesitaban descansar, ya que sus vuelos estaban programados para la mañana siguiente.

Antes de marcharse definitivamente del país de América del Norte, Amelia pagó todas sus deudas, incluyendo los dos meses de renta que le debía a la señora Mary. Se despidió de Faith con un gran abrazo, algunas lágrimas y un beso en la mejilla, también se despidió de la señora Mary, y le agradeció su ayuda en aquellos momentos de desamparo, en que ella era solo una maraña de pelo con pantalones rotos y zapatos viejos para el resto del mundo.

Ya estaba hecho, no había vuelta atrás, y lo digirió solo cuando puso los pies en el avión que la llevaría a Inglaterra, de la mano de su enamorado, claro está.

Tom dormía a su lado, estaba cansado y había tomado una pastilla para dormir durante el vuelo, pero ella, como jamás le había sucedido, no fue capaz de pegar un ojo a lo largo de todo el viaje.

La idea de su nueva vida la emocionaba hasta más no poder, y durante toda la travesía aérea, no pudo despegarse de su uno de sus libros de matemáticas, el cual estudiaba con detenimiento y atención, a modo de preparación para su prueba.

Tenía que demostrar de qué estaba hecha.


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✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora