Cuarenta y nueve

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Las semanas pasaron como sopladas por un tifón, y el primer día de clases de Amelia llegó.

Esa mañana del treinta de septiembre, ella caminaba con un mapa en la mano, buscando el aula en que tendría su primera lección, topología molecular y estereoquímica. En su usual mochila, colgada en uno de sus hombros, traía algunos cuadernos, un estuche con lápices y una laptop, regalo de Tom, a modo de disculpas por su comportamiento de hace unas semanas.

Al encontrar la sala, se adentró en ella, y tomó asiento en uno de los últimos escalafones de los asientos.

Era temprano, pero ya había muchos estudiantes allí, con sus respectivos grupos, claro está. Al ser un tercer año, los estudiantes ya tenían sus agrupaciones de estudio y trabajo predispuestas, todos parecían conocerse y relacionarse. Encontrar amigos no sería fácil, quizás imposible, pero no era algo que podría llegarle a quitar el sueño.

Algunos minutos después, quien parecía ser el profesor entró en la sala para rendir su cátedra, y a sus espaldas venía el amable sujeto de la biblioteca.

Nótese el sarcasmo de su pensar.

Espero que no abra su bocota durante la clase, terminó por decirse a sí misma.

El docente saludó, y comenzó con su lección.

Amelia intentó, aunque fallidamente, tomar apunte de todo lo que dijo el maestro. Siempre fue igual, era algo ansiosa al estudiar, por lo que le gustaba tener todo en sus cuadernos, para hacer más fácil la tarea de instruirse para sus exámenes.

Su deseo le fue cumplido, el sujeto no abrió su insolente boca durante toda la clase, y eso le causó alivio. El tipo solo se sentó en un escritorio junto a la puerta, y anotó durante toda la hora, sin decir palabra alguna.

Al dar por finalizada la sesión, todos se retiraron, incluyéndola a ella.

Su próxima clase sería en una hora, así que sacó una manzana de su mochila, mientras caminaba hacia el jardín, ese que les enseñó Philip en su recorrido.

Se sentó en una banca, y sacó un libro de su mochila, para consultar algunos temas de la clase anterior.

Era una materia muy interesante, aunque enredada y compleja.

—¿Me puedo sentar? —preguntó alguien junto a ella.

Levantó la mirada.

—Dame la libreta. —pidió Amelia con tono autoritario.

Benedict la miró apretando los labios.

—Solo dámela, sé que vienes aquí por eso, no creo que quieras ser mi amigo, ¿verdad?

El inglés abrió su bolso, y sacó la mentada libreta, para dársela a la mujer.

Ella la abrió justo en donde estaba el marca páginas, y se encontró con la primera hoja del ejercicio, una de cuatro.

El inglés se sentó junto a ella de todos modos.

Amelia revisó el ejercicio con cuidado, y sacó una calculadora de la mochila para ayudarle.

—Si la necesitas no eres tan buena. —murmuró divertido.

Ella lo miró.

—No me sé de memoria la raíz de tres mil quinientos sesenta y nueve. —respondió la mujer con el ceño fruncido.

—Cincuenta y nueve coma siete, cinco, uno, uno, cero.... Etcétera. —farfulló el inglés.

—Cincuenta y nueve coma siete, cuatro, uno, uno, cero, de hecho. —lo corrigió ella.

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