Ocho

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Eran las siete de la mañana con veintiún minutos cuando Amelia despertó.

Le pareció haber dormido por días. Se sentía tan bien, tan aliviada y tenía motivos suficientes para ello, ya que había dormido más de veinte horas.

Se levantó totalmente energizada y de un solo salto.

Sacó la cabeza con el pelo completamente enmarañado por la puerta para ver desde ahí si es que había alguien ocupando el baño.

Y así era.

No perdió la energía y se puso a ordenar la habitación, a la vez que esperaba que desocuparan el baño para así poder darse una ducha.

Ese día saldría a hacer algunas compras, pagar cuentas y dar un paseo.

Solo quería consentirse un poco, ya llegaría la noche e iría a trabajar otra vez, pero por el momento, tenía todo un día para estar consigo misma, además de tener el patrocinio del dinero que Tom le había dado de propina.

El inglés demente, como lo apodaba dentro de su cabeza.

Se dio un segundo para abrir la ventana e inspirar hondamente. A pesar del frío le gustaba hacer aquello cada mañana, ya que sentía como sus conductos respiratorios se enfriaban hasta casi llegar al punto de la cristalización y esa era una sensación muy placentera.

—Como decía mi abuela; "Si deseas cambiar tu vida, comienza por tender tu cama bien temprano en la mañana" —dijo a la vez que terminaba de esponjar las almohadas—. Pero en ruso...

Soltó una risa casi solo para sí misma, como si tener un par de segundos de alegría estuviera completamente prohibido para ella, como si reír fuese un pecado.

Vaya sandez, ¿No?

Pues ella así lo sentía, aunque si se lo hubieras preguntado directamente, jamás habría sido capaz de reconocerlo.

Miró la habitación.

Era increíble pensar que hace más de dos años, cuando llegó ahí, comenzó durmiendo en el duro y frío piso, solo con unas mantas y una delgada colchoneta para yoga que le había prestado la señora Mary, dueña de la casa.

Ahora tenía varias cosas, una cama, que aún estaba pagando, una mesita de noche que compró en una venta de garaje por diez dólares, una cómoda para guardar su ropa, la cual encontró en la basura y arregló con unos listones, unos clavos y un martillo que le prestó la señora Mary, también compró una lata pequeña de pintura, con la cual pintó el mueble después de limpiarlo bien. También tenía un comedor pequeño con dos sillas, el cual compró en conjunto con la cama, por lo tanto, también lo estaba pagando.

Además de eso no había mucho, algunos libros y cuadernos en una repisa, un hervidor y su poca ropa y zapatos.

Sintió el ruido de la puerta del baño abriéndose y después escuchó como se cerraba, esa era la señal que le indicaba que era su turno. Tomó todo lo necesario y se metió a la ducha.

Sería un gran día para ella, porque se sentía fuerte y más animada que de costumbre.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, dentro del English Inn, en una suite ejecutiva, se encontraba el actor inglés, quien no contaba con la misma energía que Amelia, ya que no había podido dormir absolutamente nada en toda la noche.

Se hallaba sentado sobre el escritorio de la habitación, mientras tenía la mirada perdida en algún punto sin importancia del estacionamiento.

Su mano izquierda empuñaba una botella de vino casi vacía, mientras que su mano derecha constreñía una copa de estilo flauta.

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