Once

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—Thomas William Hiddleston... —comenzó—. Así me puso mi madre cuando nací...

Tom respiró profundo.

—Su nombre era Violette Hoyle, brillante detective, había trabajado en Scotland Yard por años, en el comando contra el terrorismo... ella era de las pocas mujeres en esa división... —Tom tomó una pausa por unos segundos, luego miró a Amelia con los ojos llenos de lágrimas—. Lo fue hasta el día en que falleció, esa fue la única vez que todo su esfuerzo e inteligencia no fueron suficientes... su trabajo le arrebató la vida.

Amelia no pudo evitar cubrir su boca con la mano.

—Eso es terrible, Tom... —susurró frunciendo el ceño—. ¿Qué edad tenías cuando...?

—Ella murió cuando yo tenía quince años, —la interrumpió—. Ya hacía un tiempo que se había separado de... Christopher... mi padre. Yo perdí toda relación con él después de eso, por lo que cuando mamá falleció, yo me quedé con mi madrina, Stella George, quien se encargó de mí hasta que pude hacerlo por mí mismo...

—¿Cómo era tu madre? —preguntó ella con sutileza.

Él sonrió con melancolía hacia el vacío.

—Ella era preciosa... —habló mientras las lágrimas silenciosas humedecían su piel—. Tenía el cabello hasta los hombros, las manos suaves y blancas, con dedos largos y hábiles para el piano, también tenía los ojos más lindos del mundo... mi madre era la clase de persona que con solo decirle que tuviste un mal día te preparaba té y te servía un trozo de pastel, para sentarse a esperar que dijeras todo lo que tenías que decir hasta poder sentirte mejor...

Amelia guardó silencio esperando a que él continuara. Ella, aunque tentada a tocar su rostro, se limitó a observar la ya crecida barba del londinense mientras este hablaba.

Y pensar que lo conoció con una delgada capa de vello en la cara, ahora, casi tres semanas después, su cara ya enmarcaba una barba bastante prominente.

Debe ser parte del personaje que está interpretando, pensó Amelia fugazmente.

—Quizás por su trabajo no pudo cuidarme como ella hubiese querido, pero estuvo y estará siempre conmigo, en mi mente y mi corazón... —Tom la miró para estudiar su gesto con sutileza, la muchacha estaba llorando—. No te sientas triste, Amelia... ella dejó el mundo haciendo lo que más amaba, además, durante su vida salvó a centenares de personas... ella era una heroína de la vida real.

—Claro que sí, pero es inevitable sentirme de esta manera... se me aprieta el estómago de solo imaginarte teniendo que pasar por algo tan horrible siendo solo un niño...

—Uno aprende a vivir con ello después de un tiempo... yo estoy mejor ahora...

Amelia asintió mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo.

—¿Y qué hay de tu padre? —inquirió.

Él la miró sobrecogido y tragó áspero frente a la pregunta.

—Se separaron cuando yo tenía siete... —respondió—. No tengo muchos recuerdos de él.

Amelia notó que no le agradó la interrogación, así que decidió no inquirir más.

—Cuéntame sobre cómo te volviste actor...

—Comencé desde bastante pequeño, —intentó contar algo más animado—. Lograba canalizar muchos sentimientos a través de la actuación, me sentía libre, feliz, fuerte e inteligente. Fue la mejor medicina para todo. Me encantó, lo hacía bien y alguien lo notó, actué en cosas pequeñas, luego vinieron papeles más masivos, y bueno, ahora la gente me pide fotos y autógrafos, supongo que lo hago bien...

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