Ciento tres

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—¿De verdad es tan grave? —inquirió Benedict sorprendido.

Ella asintió mientras bebía un sorbo de su taza de té.

Se encontraban en aquella colorida y alegre casa de té, la cual era la favorita de Ben desde hace años.

—Stella no lo podía creerlo cuando le conté...

—Me imagino... —respondió él.

—Ben... —lo llamó—. No podré acompañarte al resto de la gira...

Él la miró anonadado.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

—Voy a cuidar a Tom... —respondió ella en un susurro—. Planeo volver a vivir aquí, en la ciudad, para estar más cerca de él, y asegurarme de que tome sus medicinas, y de que esté bien...

El inglés bajó su taza de té con lentitud.

—No quiero que esté solo en esto... —murmuró ella con la mirada gacha—. Le quedan seis meses o menos, Benedict... no quiero que los pase en soledad... si voy al resto de la gira, es posible que cuando vuelva él... él ya no... esté...

Una gran turba de opiniones poco populares, cargadas de sus propias emociones y complejos se agolpó contra la mente de Ben, pero prefirió evitarlas, acallarlas con la mayor fuerza de voluntad posible, limitándose a responder lo que pensó a ella le gustaría escuchar.

—Te entiendo... yestá bien, no tengo problema con ello... —respondió mirándola—. Pero, ¿en dónde vivirás?

—Pensaba rentar algún cuarto, como cuando vivía en Charlottesville... —musitó—. Pero Tom me ha ofrecido vivir en su casa, para no tener que gastar en alquiler... ¿qué opinas tú?

—¿Vivir con él? —preguntó sorprendido.

—Sí... es una posibilidad...

—No lo sé, Amelia... —masculló Ben—. Puede que esté moribundo, pero yo no confío en él...

—No digas esa palabra... es demasiado fuerte para mí... —pidió ella.

—Lo siento... pero sabes a lo que me refiero...

—No, Ben, no te estoy entendiendo...

—Es un galán... e incluso con cáncer es más atractivo que yo...

—Ah, Benedict... —ella reclamó molesta—. No seas tonto... voy a cuidar a Tom, para mejorar su calidad de vida, para acompañarlo... y eso es todo...

—No confío en él, Amelia... no he dicho que no confíe en ti... —habló él—. Temo que pueda hacerte algo...

—¿Algo como qué? —interrogó ella.

—Como hacer que te vuelvas a enamorar de él...

—Ben... —susurró la mujer.

—Es un temor real para mí... —musitó él con tristeza.

Amelia tomó su mano por sobre la mesa, y lo observó con sus ojos verdes llenos de vitalidad, pero también de abatimiento.

—Soy consciente de todo lo que pasé a su lado... —comenzó a decir la dama—. Más consciente de lo malo que de lo bueno, Benedict... siento rabia hacia él... en cierta medida desprecio... pero esto es lo que debo hacer... —dijo antes de enmudecer por unos segundos, mientras se analizaba a sí misma—. Ni siquiera sé si lo hago por él... quizás lo hago por mí misma, para no cargar con el peso de su memoria... sobre todo porque yo lo llevé a esto...

—Tú no lo llevaste a esto, lo sabes, él se metió solo... —musitó Ben, mientras apretaba su mano con cariño.

—Yo lo abandoné... le prometí que jamás lo haría...

—Pero él prometió no golpearte, y lo hizo... —la interrumpió él.

Ella no respondió nada.

—No te vayas a vivir con él, es todo lo que te pido... —murmuró Ben—. Te apoyo con el tema de cuidarlo... aunque no lo quiera, aunque deteste la idea, te apoyo con ello, porque sé que es lo que debes hacer, es lo correcto para ti... pero no soportaría estar cuatro meses lejos de ti, sabiendo que duermes a metros de él, y a miles de kilómetros de mí...

—Está bien... rentaré un cuarto... —habló ella con seguridad.

—Según sé, el piso en que solía vivir aún está desocupado... —musitó observándola—. Podemos rentar ese mismo lugar para que vivas por el momento, te ayudaré con la mitad...

—No es necesario... tengo el dinero de la recompensa... —le recordó ella.

—Y yo tengo la otra mitad... —dijo él—. Además, supongo te llevarás a los gatos contigo, debo ayudarte con algo...

—Si te sientes cómodo con ello, está bien por mí...

Él asintió.

—Hay una promesa que debo cumplir antes de marcharme... —habló jugueteando con los dedos de la mujer—. Te ayudaré a elegir una motocicleta...

Ella sonrió con felicidad.

—Pero Ben... —habló un segundo después—. No tengo una licencia...

—Pero aquí es muy fácil de obtener, solo debes pedir una licencia provisoria por internet, y asistir a un curso de siete horas... en poco tiempo podrás manejar una moto por Londres como toda una citadina...

Amelia soltó una pequeña risa.

—Me agrada esa idea... —susurró.

—¿Qué estamos esperando entonces? —inquirió sonriendo—. Vamos al lugar donde compré mi motocicleta, de seguro tienen algo que te guste...

Terminaron su té, y salieron tomados de la mano, caminando hasta el lugar en donde habían estacionado.

Amelia intentaba mostrarse normal frente a él, como la mujer que sabe qué está haciendo, y porqué lo está haciendo de ese modo, cuando su realidad distaba mucho de aquello.

Ella no quería que Ben viera cuanto le afectaba la situación, no quería que notara cuanto dolor estaba sintiendo. 


Don't forget to ★


 ✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora