Sesenta y cuatro

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Se detuvieron frente a una casa hermosa, de anchas y numerosas ventanas, con un llamativo tricolor en su fachada, partiendo de un techo de cubierta oscura, paredes superiores color beige, y cimientos de ladrillo bermellón y envejecido. El lugar poseía un jardín delantero gigante, repleto de maleza y flores silvestres. Se notaba que era un sitio que estaba deshabitado desde hacía bastante tiempo.

Ben descendió de la motocicleta, obviamente después de ella, y se quitó el casco al mismo tiempo que la mujer lo hacía.

—¿Dónde estamos? —preguntó Amelia mirando a su alrededor.

—Bromley, al sudeste de Londres, en el condado de Kent... —respondió mirándola—. Deja tu casco en la moto, vamos a dar una vuelta...

—¿Es mío? —interrogó mirando intercaladamente al casco y a él.

Ben solo atinó a reír.

—Claro que es tuyo... lo compré para ti... es rojo, ¿no? —tomó el casco de entre las manos de Amelia, y lo dejó sobre el asiento de la motocicleta, haciéndole compañía al suyo.

Comenzaron a caminar hacia la parte trasera de la casa.

—¿Es legal que estemos aquí? —preguntó ella de sopetón.

—Claro, era la casa de mis abuelos paternos... —comenzó a contar—. Mi abuela falleció cuando yo era solo un niño, y mi abuelo murió hace años, es por eso que se ve tan abandonada...

—¿Y a quién pertenece ahora?

—A nadie... —la miró alzando las cejas—. Será mía el día en que me case, eso dice el testamento... pero creo que es más probable que resolvamos a Poincaré en cinco minutos a que yo me case...

Amelia lo miró sonriendo.

—¿Y qué tal vas con Clare?, quizás ella podría ser una candidata...

—¿Clare?, ¿la secretaria del Doctor Spencer? —preguntó él divertido.

—Sí, esa Clare...

—La interacción más intensa que tuve con ella fue cuando arreglé su engrapadora hace un mes...

—Suena bien para mí, por algo se comienza... —murmuró Amelia sonriendo.

—No, no es de mi estilo...

Amelia negó con la cabeza mientras caminaban sobre la hierba fresca del campo.

Él era imposible, fue lo que pensó.

Llegaron a la orilla de un gran estanque, que apareció de forma repentina entre los cuantiosos árboles que había en el jardín trasero.

Ben se quitó la chaqueta, la cual extendió en el suelo, e hizo un gesto con la mano, invitando a la dama tomar asiento sobre su prenda de vestir.

Antes de aceptar, Amelia se quitó su propia chaqueta, y la puso junto a la de él, aumentando el lugar para sentarse.

Benedict la miró divertido, y se acomodó junto a ella sobre la improvisada manta de picnic.

—Traje unas bebidas... —habló él abriendo su bolso café—. Algunos sándwiches... chocolate... un par de manzanas... fue lo primero que agarré en la tienda de la universidad...

—Es genial, no sabes el hambre que tengo... —murmuró tomando un sándwich.

El británico la imitó, también sintiéndose famélico.

—Esta casa debe tener mucha historia, ¿no? —inquirió observadora la mujer.

—¿De verdad quieres que me transforme en un aburrido guía turístico? —preguntó Ben recostándose de lado.

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