Nueve

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Cuando ya eran las tres de la mañana con cuarenta y siete minutos, Tom hacía sonar la campana de la puerta del local mientras ingresaba, pero esta vez no tuvo que llamar a Amelia, ya que ella estaba mirándolo desde la registradora.

—Hola, Tom. —saludó.

—Hola, Amelia, —respondió el actor bastante extrañado—. Dudaba si estarías aquí esta noche, ya que ayer vine y había un muchacho en tu lugar, ¿te enfermaste o algo así?

Ella guardó silencio unos segundos, a la vez que buscaba una excusa que decir.

¡Al diablo!

—Tuve miedo, Tom...

—¿Miedo? —interrogó apoyándose sobre el mostrador con ambas manos—. ¿Acaso te he incomodado en algún momento, Amelia?, si ha sido así, debes...

—No, no es eso.

—¿Qué te sucede?, no logro comprender.

—Tuve miedo de confiar en ti...

Y él se quedó callado, de hecho, ambos guardaron el incómodo silencio por algunos segundos.

—Hay muchas cosas que no importa callar, —comenzó a decir el británico mientras se ponía derecho—. Debemos tener secretos, pensamientos e ideas que guardar solo para nosotros, al fin y al cabo, es lo que constituye la parte blanda y oculta de nuestras almas...  —se detuvo por un segundo, analizándola con la mirada—. Pero debes saber que hay ciertas cosas que no forman parte de esa lista, hay cosas que no se deben dejar mudas dentro de nuestra mente, porque se comienzan a unir con otras y otras, hasta que se genera una suerte de aglomeración de malos pensamientos, los cuales terminan por enmohecernos, envenenarnos y destruirnos por dentro... es necesario contarlos para liberar el dolor y la frustración...

Amelia sintió como cada palabra de Tom le daba de lleno en el pecho.

—A veces uno puede tener el corazón oprimido por la pena, pero no puede decirle a nadie, porque de hecho no hay nadie ahí... nadie puede ayudarle a uno... —respondió la mujer.

Ella bajó el rostro, y al no poder mantener las lágrimas ocultas ni un solo momento más comenzó a llorar.

—Amelia...

—¿Qué tienes que siempre tengo que llorar frente a ti? —lo interrumpió.

—Soy demasiado conmovedor, supongo... —bromeó Tom.

Ella se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, mientras negaba con la cabeza y apretaba los labios.

—Amelia... —habló con suavidad—. ¿Quién te lastimó tanto?

La mujer levantó el rostro, mientras sus ojos ligeramente enrojecidos trataron de enfocar al actor.

—Mi padre... —terminó por confesar.

Tom no resistió más y abrió la puerta del mostrador para acercarse a la pelirroja.

La envolvió en un abrazo sin pensarlo dos veces.

¿Le habrían hecho lo mismo que a él?, ¿Era posible que ella haya pasado por lo mismo que le hicieron pasar a él?

La chica siguió llorando ruidosamente en el pecho del alto sujeto, mientras él en silencio la contuvo.

—Amelia... —la llamó—. Mírame.

Avergonzada levantó la mirada en dirección a Tom, quien tomó el rostro de la joven con su mano izquierda, mientras que la derecha la sostenía firmemente por la espalda.

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