Ochenta y siete

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—Pero ¿has sentido algo que amerite un chequeo completo? —interrogó el médico.

—No... solo me duele el estómago a veces... y vomito de vez en cuando... pero eso es por el estrés...

—Entiendo...

—Doctor... —Tom habló mirándolo—. Hace mucho que no me hago un análisis completo, y creo que es tiempo de ello, eso es todo...

—Está bien... —dijo él poniéndose de pie—. Te espero mañana a las ocho de la mañana... te haré todos los exámenes que quieras, ¿sí?

—Claro... le agradezco.

—Mi secretaria te dará todas las indicaciones. —habló abriendo la puerta—. Nos vemos...

Él solo asintió, mientras dirigía sus pasos hacia el escritorio de la mujer, que le dio la pauta necesaria para el día de análisis médicos.

—Perder mi tiempo y dinero... —murmuró cuando salía—. Eso estoy haciendo...

Mientras Tom caminaba por una calle abarrotada de gente, Amelia y Ben recién llegaban a su morada.

—¡Nelly!, ¿por qué te comiste el alimento de tus hijos? —reprochó Amelia al ver el plato vacío de los gatitos.

La gata la miró por un segundo, para luego irse al comedor.

—Benedict... —reclamó observando al inglés.

—Ella no diferencia... —respondió él—. Comida es comida...

—Fue mejor que nos viniéramos antes... —habló mientras se agachaba para rellenar el gran plato—. Pobrecitos, habrían pasado hambre...

—¿No disfrutaste el viaje? —preguntó él con las manos en los bolsillos.

Ella se levantó mirándolo.

—Claro que sí... fue increíble... —dijo mientras le daba un abrazo—. Gracias por elegir ese lugar, jamás pensé que me divertiría tanto...

—Yo también me divertí a montones... hay que repetirlo...

—Por supuesto... —murmuró ella.

El londinense acariciaba su espalda con tranquilidad.

—Hay algo que quiero mostrarte... —Ben susurró de repente—. Ven conmigo...

Tomó la mano de la mujer, y la llevó hasta el salón principal, deteniéndose a unos metros del piano.

—Escribí esto para ti... —musitó mientras se sentaba en el asiento del piano—. Siéntate aquí...

Ella obedeció sorprendida.

Ben se tomó un momento, poniendo ambas manos de manera nerviosa sobre las teclas, para comenzar a tocar una melodía dulce, y maravillosamente tierna, pero lo que más impresionó a la mujer fue el momento en que comenzó a cantar.

—Well I've never been a man of many words... —entonó con ese hermoso tono de voz que tanto le gustaba a ella—. And there's nothing I could say that you haven't heard... but I'll sing you love songs 'till the day I die... the way I'm feeling; I can't keep it inside...

Miraba alternadamente a Amelia y las teclas de piano, con miedo a equivocarse, con temor a parecer ridículo, y con la angustia de que no le pareciera lo suficientemente bueno.

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