Noventa y uno

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—Benedict... —murmuró Amelia dejando caer su plumón al piso.

La mujer dio dos pasos hacia atrás, mientras llena de conmoción observaba la gran pizarra llena de símbolos matemáticos, a la vez que cubría su boca con una mano.

—No puedo creerlo... —habló Ben poniéndose a su lado—. No puedo creer que lo hayamos hecho...

Amelia se llevó las manos a la cabeza, mientras alzaba la vista hacia el techo.

—No podemos tener seguridad de que está correcto... pero es nuestro intento... —musitó él.

—Hay que transcribirlo ahora mismo para llevarlo a la universidad por la mañana. —expresó Amelia con rapidez.

—Ya son las cinco... —dijo él mirando su reloj—. Será mejor hacerlo pronto...

—Claro, claro...

Amelia tomó la computadora de Ben, y se quedó quieta mirándolo por unos segundos.

—¿Qué pasa? —inquirió el inglés.

—Nadie podrá pronunciar el nombre de nuestro teorema... —lo miró sonriendo.

Él soltó una carcajada.

—Cumberbatch-Wiśniewski... —dijo mirándola de lado—. Un pequeño trabalenguas para los viejos científicos del Imperial...

—Wiśniewski-Cumberbatch suena mejor para mí...

Ben se acercó a ella divertido, y la tomó por la cintura.

—Luce mejor en orden alfabético... —bromeó observándola—. Pero que sea de la forma que tú creas mejor...

Amelia le dio un corto beso en los labios, le regaló una amplia sonrisa, y comenzó a transcribir la sarta numérica que estaba desperdigada sobre el pizarrón.

—Prepararé café... —habló Ben en medio de un bostezo—. Lo necesitamos...

Ella no respondió nada, ya que estaba sumamente concentrada en lo que estaba haciendo.

Algunas horas después montaban la motocicleta a gran velocidad por la autopista, con dirección a Londres, y en un bolso llevaban la que podía ser la respuesta a uno de los problemas matemáticos más difíciles e importantes de la historia.

—¿Crees que se burlen de nosotros? —preguntó Amelia a través del intercomunicador.

—¿Por qué me preguntas eso? —inquirió él de vuelta.

—No lo sé... quizás nuestro postulado es...

—No digas nada malo sobre nuestro trabajo... no aún... —la interrumpió—. Déjame mantener la ilusión de que resolvimos a Poincaré, aunque solo sea por un corto período de tiempo...

Ella se abrazó más a su torso, y no dijo nada más por el resto del viaje.

También quería tener la ilusión de que lo habían logrado.

—Buenos días, Clare, ¿Cómo estás? —saludó Ben con fingida cortesía—. Necesito hablar con Phil, ¿se encuentra?

La mujer lo miró con seriedad.

—No eres bienvenido... —respondió—. El señor Spencer está ocupado...

—Resolvimos uno de los problemas del milenio... y tu estúpido jefe es miembro del comité... —habló el inglés con molestia—. Tenemos que informarle acerca de esto... no me importa si está ocupado.

La secretaria se levantó de su lugar, y caminó con desdén hacia la oficina del cabecilla.

—El doctor los atenderá, pero solo tiene un minuto...

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