Cincuenta y uno

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—Tom... —susurró Amelia, mientras daba un paso atrás, rehuyendo de la cercanía de la mujer.

—Tía... —el inglés la tomó de un hombro, e hizo que lo mirara—. Ella es Amelia, la mujer de quien te hablé...

—Yo mejor los dejo para que...

—No, por favor... —pidió Tom acercándose a la muchacha—. Ella es Stella, mi madrina.

El pelinegro tomó la mano de la chica, e hizo que se acercara para saludar.

—Amelia Wiśniewski. —estiró su mano—. Es un gusto conocerla, Tom me ha hablado de usted...

La dama aceptó su saludo con desconfianza.

—Stella George... —respondió—. Lamento haberte asustado, a veces me confundo...

—Está bien, comprendo...

El momento se volvió más incómodo de lo que ya era.

—Fue un gusto conocerla... —dijo Amelia—. Me tendrán que disculpar, pero tengo que tomar mi medicina, estoy algo resfriada y... ya saben...

—Adiós, Amelia... —murmuró la mujer, mientras la chica subía las escaleras con premura.

Cuando la chica desapareció, Stella caminó hacia la sala con enojo.

Tom la siguió.

—Esto está mal, Tom. —reclamó ella en voz baja.

—No es lo que tú crees... —murmuró él.

—Thomas... no me mientas... —lo miró enfadada—. ¡Siempre es lo mismo!, ahora entiendo... ¡pero es que hijo, ella es...!

Tom tomó a la mujer por los hombros con cierta rudeza, haciéndola enmudecer.

—Stella, esta es la última vez que te voy a pedir esto... —se acercó con cuidado hacia ella—. Déjame en paz, ¡por la puta madre!... soy un hombre adulto, yo decido qué hacer con mi vida...

—Sabes que te amo... solo quiero lo mejor para ti... pero esta chica... has llevado todo esto a otro nivel, Tom, y ella...

—¡Cállate! —la miró alterado—. No quería gritarte, no quería llegar a esto...

—Thomas William Hiddleston. —vociferó ella a punto de llorar.

—Quiero que te vayas, y que no vuelvas a visitarme. Si es muy urgente, llama a Julius para acordar una reunión, nos veremos fuera, pero no volverás a poner un solo pie en mi casa, ¿entendiste? —habló con agresividad.

—¿Cuál es tu problema? Yo fui quien terminó de criarte, no puedes prohibirme la entrada a esta casa. —reclamó molesta.

—Si vas a reaccionar del mismo modo cada vez que veas a Amelia, es la única medida que puedo tomar... no voy a dejar que la espantes, no a ella...

—¿Pretendes acaso hacerla tu esposa? —inquirió la dama.

El hombre calló por algunos segundos, mientras la miraba serio.

—Thomas, tú eres... —no completó su frase, ya que se dio media vuelta y se marchó de la casa.

El inglés, quien seguía bastante alterado, sacó una copa y una botella de whiskey desde un mueble, en donde puso algunos hielos y sirvió una buena cantidad de licor.

Se sentó en el reposabrazos de uno de los sofás, mientras miraba por la ventana con consternación.

—¿Estás bebiendo? —preguntó Amelia a sus espaldas—. Es muy temprano para eso, ¿no crees? Y debes conducir...

Al escuchar su dulce tono de voz, trató de parecer normal frente a la muchacha.

—Es mi tía... es solo que... es estresante... al parecer, los medicamentos han perdido su efecto en ella con el pasar de los años, es normal que suceda, el doctor dijo que así sería... al menos ya se marchó...

—¿Está enferma? —preguntó la chica intrigada.

—Sí, está siendo tratada por un neurólogo... tiene algunas... alteraciones mentales. —Tom tomó la mano de la chica—. Es mejor seguirle la corriente, tiende a decir cosas... sin sentido...

—Que terrible debe ser para ella... lamento haber escapado, pero... no supe cómo reaccionar...

—No te preocupes, moró mou... no eres la primera persona que lo hace... —le extendió la copa de whiskey—. ¿Quieres un poco?

—No, gracias... prefiero evitar los licores tan fuertes... —murmuró Amelia—. El nuevo doctor... ya sabes, el que fuimos a ver la semana pasada, me dijo que debía cuidarme mucho... tú entiendes cómo es... marcada de por vida... —se encogió de hombros.

—Sí, lo sé... —Amelia tomó su mano, para juguetear con sus dedos.

Tom se bebió todo el contenido del vaso de un trago.

Se puso de pie, y ofreció a Amelia su brazo.

—¿Está lista, ma cheri? —interrogó sonriendo.

Ella soltó una pequeña risa, y terminó con entrelazar su brazo con el de él.

Ah, Thomas... ¿podría ser más perfecto?, pensó Amelia cuando caminaron a la salida.


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✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora