Sesenta y siete

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Tom buscó un diseñador para Amelia, ya que quería que la dama luciera un vestido radiante durante la fiesta, y que no tuviera que pasar por el incómodo momento de traer el mismo atuendo que otra mujer.

Amelia se habría quejado de ello de haberlo sabido con anterioridad, considerándolo un gasto innecesario, pero un día en la tarde, al llegar a casa de Tom, se encontró con un montón de gente que la estaba esperando, para medir su cintura, busto y cadera, tomarle fotos, definir su color de piel, el largo de su cuello, entre otros, sin siquiera darle tiempo de discutir nada, tomándola por sorpresa.

Terminó por simplemente agradecer al británico, sin ánimos de pelear.

La lista de invitados contaba con más de cien personas, entre amigos, compañeros de trabajo, o simples conocidos del inglés. Tom la incitó a invitar a algunos amigos de la universidad, como a "Beatriz", la chica con la que se suponía salía a veces, pero Amelia inventó que "ella" estaría fuera de la ciudad el fin de semana, y que no podría asistir.

La dama estaba nerviosa por el evento, tendría que buscar la oportunidad de hablar a solas con Stella, y era seguro que despegarse de Tom por un rato no sería fácil. Su modo de mantenerse despabilada y centrada fue trabajando más duro junto a Ben, evitando pensamientos molestos e inservibles, que solo le hacían sentir ansiosa y tonta.

Los días restantes del mes de noviembre pasaron rápido, llegando raudamente al primero de diciembre.

Desde muy temprano las personas corrían de un lado hacia otro en la casa, arreglando el jardín trasero para la fiesta, colocando largas guirnaldas con cuantiosos bombillos de luz por doquier, mesas de madera fina, con adornos, flores, velas, y un gran etcétera sobre ellas. El jardín se veía precioso, nadie lo podría haber negado.

El resultado del trabajo del diseñador fue un vestido que se envolvía divinamente sobre su figura. El satín de color verde viridián brillaba despampanante, creando una pieza hermosa, un deleite para la mirada. El diseño contaba con un escote de hombros caídos, y una larga falda que se arrastraba solo un poco con el caminar. Sumado al fino vestuario, traía un par de tacones Stiletto de color verde esmeralda.

Cuando se encontró sentada sobre su cama, ya vestida, peinada y maquillada, se miró al espejo.

—Vestido de diseñador... —murmuró pasando sus manos sobre sus piernas—. Vaya tontería...

Tomó el collar que le había dado Tom hace un tiempo, y cuando ya lo había abrochado en su cuello, su teléfono emitió el tono de llamada.

—Hola Ben... —saludó ella, mientras tomaba unos aretes que había comprado el día anterior.

—Hola, ¿cómo estás? —interrogó él.

—Nerviosa... —respondió a la vez que se ajustaba los aros.

—Tienes que estar tranquila... —habló él con suavidad—. Todo saldrá bien... solo sé tú misma... y si te sientes incómoda, mándalos a la mierda con clase...

—Lo tendré en cuenta... —murmuró divertida—. ¿Qué haces tú?

—Estoy con Nelly... hace poco dio a luz un gatito, y creo que viene el segundo...

—¡Eso es increíble, Ben! —exclamó emocionada—. ¡Eres abuelo ahora!

Benedict soltó una risa ahogada.

—Sí, los malcriaré como es costumbre de los abuelos... —musitó.

Ella también rió.

—Gracias por llamar... —susurró la mujer—. Nos vemos pronto, ¿sí? Tengo que bajar, deben estar por llegar los primeros invitados...

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