Trece

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Amelia despertó, parecía ser de mañana y al mirar el reloj sobre la pared lo constató.

Lo primero que la embargó fue la desorientación y luego la vergüenza. A su mente vinieron las escenas del día anterior, cuando discutió con Tom y todo por una tontería.

Él se había marchado, dijo que se iría y eso fue lo que hizo, sin siquiera despedirse de ella.

Era muy probable que no la quisiera volver a ver, lo justificaría por algo así.

Estaba profunda en sus pensamientos cuando notó que sobre una pequeña mesa que se encontraba allí había un gran ramo de preciosas flores de todo tipo.

Tenían una tarjeta.

Se puso de pie con lentitud, caminó un par de metros hasta la mesa y tomó el trozo de papel.

"Son cincuenta y tres, para que no las tengas que contar. Tom Hiddleston"

—Oh, Thomas...

—¡Señorita! —habló una enfermera—. Usted no debería estar en pie.

—No se preocupe, me siento muy bien, de hecho, me gustaría darme un baño...

—Claro, no hay problema... —dijo la mujer acercándose.

—¿Tienes idea de a qué hora me darán el alta? —interrogó Amelia.

—A las diez y media, señorita...

—Perfecto... oye, ¿sabes qué?, venir aquí fue una emergencia y no traje más ropa que mi uniforme del trabajo... ¿lo tienes por ahí?

—Claro que lo tenemos, pero ayer el señor Hiddleston encargó que le comprara una muda de ropa.

—¿Y le hiciste caso? —preguntó—. ¿Es eso legal?

—No lo sé, pero me dio buen dinero por hacerlo... —habló la dama alzando las cejas—. Las bolsas están el baño, me guié por la talla de la que traía, déjeme quitarle esto...

La enfermera retiró los tubos invasores de venas y la dejó libre, adolorida, pero libre.

—En el cuarto de baño tiene todo lo necesario, estaré cerca en caso de cualquier cosa.

—Muchas gracias...

Amelia entró al baño y vio dos bolsas colgadas de un perchero. Las tomó y abrió una a la vez. En la primera había lencería, un sostén color carne parecido al de ella y unas pantaletas a juego, también había unos pantalones deportivos de color negro, una sudadera con cierre y una camiseta con un estampado de la cara de Tom.

—Tenía que ser, ¿no? —habló sonriendo mientras miraba su reflejo sosteniendo la camiseta.

En la otra bolsa había unos tenis que parecían ser muy cómodos, en conjunto a unas calcetas.

Tras haber visto las prendas y haber quedado muy contenta con la sorpresa, llenó la tina con agua tibia, se quitó la bata de hospital y se dio un relajante baño de cuarenta minutos.

¡Que maravilloso se sintió!, no recordaba la última vez que se había dado un baño así.

Al secar su cabello, este respondió esponjándose escandalosamente.

Se miró al espejo ya vestida y sonrió, se sentía muy bien, mejor que nunca, aunque aún mantenía cierto remordimiento por la escena de ayer.

Estaba ansiosa de que llegara Tom, si es que lo hacía.

Debía disculparse con él.

—¡Thomas! —saltó de la camilla al verlo entrar por la puerta.

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