Treinta y nueve

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Tom la miró sin creerle una palabra de lo que decía.

—Es una broma, ¿verdad? —dijo sonriendo por un instante, para luego mirarla con seriedad.

—No... —murmuró—. No estoy bromeando, Tom...

Él la observó sintiéndose culpable.

—Lo siento... —susurró mirándolo—. Pero estoy bien, no te preocupes de nada...

–Podrías habérmelo dicho... —la miró apenado—. ¿O me estás jugando una broma?

—No... no podría mentir con algo así... yo no quise mencionarlo porque de seguro te empecinarías en comprarme algo y... yo no necesito nada más de lo que ya tengo... hoy fue increíble, me trajiste a Inglaterra, te vi actuar... no necesito más, ha sido el mejor cumpleaños de mi vida...

—Pero a mí me gustaría haberte dado otra cosa, no es suficiente.

—Lo es para mí...

—Amelia...

—Vamos a cenar, ¿sí? —pidió ella sonriendo—. Dime algún restaurant lindo e iremos allí... no me puedes decir que no...

—¿Y quieres que te deje pagar la cena en el día de tu cumpleaños? —interrogó Tom alzando las cejas.

—No tiene nada de malo, es solo un día más... —tomó su mano para calmarlo—. No es algo que me afecte...

Él la miró con el ceño fruncido.

—Ya vámonos, ¿sí?, no estés enojado... —pidió alejándose de él.

—Pero Amelia... a mí me gustaría haberte preparado una fiesta o algo así...

—No la necesito... —lo miró de lado.

—¿No quieres una fiesta? —inquirió extrañado.

—Te lo agradezco, pero sinceramente no... —Amelia se sentó en una silla frente a él—. De verdad no la necesito para ser feliz...

Él la miró sonriendo al fin, mientras negaba con la cabeza.

—¿Quieres ir a un bar? —preguntó Tom mirándola.

—Beber algunas margaritas, algo de vodka... —hablo haciéndose a la idea—. Acepto con la condición de que me dejes invitarte...

—Amelia... —habló poniéndose de pie—. ¿En serio quieres ir? Se sincera, no tienes que mentirme...

—¿La verdad? —interrogó ella de vuelta.

El inglés asintió.

—Lo único que quiero ahora es ir a tu casa y relajarme... —dijo poniéndose la capucha de la sudadera—. Conversar de la obra... de mi parte favorita, la más divertida, la más triste...

—Eso haremos entonces, después de todo, es tu cumpleaños... —habló Tom mientras ordenaba sus cosas para marcharse—. Tú decides qué hacer... y yo obedezco.

Amelia se puso de pie contenta.

—Gracias... —musitó ella.

—Bueno, la idea de las margaritas me sigue gustando... —dijo Tom sonriendo—. Las podría preparar en casa para ti, ¿qué dices?

Ella lo observó sonriendo.

—¡Me encanta!, ¿sabes cómo hacerlas? —interrogó emocionada.

—No, pero podemos averiguarlo en Google...

Amelia tomó su mano y lo haló hacia ella.

—¡Vamos entonces!, ¿qué estás esperando? —exclamó contenta.

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