Noventa y dos

148 24 4
                                    


Bobby corría por el parque bajo la atenta mirada de Tom, quien sostenía su cabeza con cansancio a esas horas de la tarde.

Era abril, y ya hacía un par de semanas desde que el invierno se había desplazado, dando paso a un agradable clima primaveral.

Habían estrenado su película hace poco, y las críticas eran bastante positivas, pero él pensaba que aquellas eran simples adulaciones hacia un mérito banal, y poco sorprendente.

Al finalizar el rodaje de la producción, Tom odiaba a más no poder todo lo relacionado con el proyecto, y sentía que el resultado de aquello se reflejó en la calidad de la película, que para él terminó siendo otro ladrillo de cine indie que nadie tomaría en serio.

—Bobby... —llamó al animal—. Vamos a casa, buen chico...

Volvió a poner su correa en su collar, y se fueron de vuelta morada.

Al pasar por enfrente de una tienda, se detuvo para observar su reflejo en el cristal.

Su barba estaba descuidada y larga, al igual que su cabello pelirrojo y despeinado. No había vuelto a comprar lentes de contacto, así que prefería traer sus anteojos normales, a pesar de que no le gustara cómo le quedaban.

Tenía pinta de filosofo borracho, y al menos una de las palabras antes pensadas coincidían con su persona, fue lo que pensó.

—Señor, está lista la cena... —habló Omar cuando lo vio entrar.

—No tengo hambre... —murmuró mientras soltaba a Bobby.

—Señor... discúlpeme de antemano... pero...

—No tengo hambre, Omar. —lo interrumpió—. Comí algo mientras estaba fuera...

El muchacho solo asintió, y se marchó de la entrada.

El británico tomó un libro, y salió a la terraza para pasar el rato, pero su paz duró menos de lo que habría deseado.

—Señor...

—¿Uhmnn? —murmuró él.

—La señorita Stella ha venido a visitarlo... —explicó el muchacho—. Le he dicho que usted no está, como ordenó, pero insiste en que sabe que es mentira...

Thomas hesitó un poco antes de responder.

—Hazla pasar...

Unos segundos después, vio la figura de su madrina atravesar la puerta que dirigía a la terraza.

—Hola, Stella... —murmuró mirándola.

—Thomas... —saludó con pesar.

—¿Qué necesitas de mí? —interrogó—. No sé qué más puedo darte para que estés contenta...

—Yo solo quiero saber de ti, hijo... —habló ella con pesar—. Hace meses que no tomas mis llamadas... y siempre que vengo tu mayordomo me dice que no estás... pero sé que siempre ha sido una mentira...

—Salí de viaje, no estuve por un tiempo... —farfulló él.

—Pero llegaste hace bastante, lo sé... leo el periódico, Tom...

—Pues estoy bien, ¿feliz? Ya puedes irte... —masculló.

—¿Por qué...?

—No te atrevas... —la interrumpió—. No oses preguntarme por qué me comporto de este modo, lo sabes perfectamente...

—Tom, basta... —murmuró—. ¿Dónde está Amelia? Creo que no podré tener una conversación decente contigo el día de hoy, prefiero hablar con ella...

El británico soltó una risa.

—Stella... por favor no hagas el papel de estúpida... —habló con rabia mientras se ponía de pie—. Sé que fuiste tú... por tu culpa Amelia se fue, por tu culpa estoy solo...

Ella guardó silencio culposo por algunos segundos.

—Tenía que hacerlo... —susurró ella.

—No... no tenías... querías hacerlo, querías espantarla... ese fue tu propósito desde la primera vez que la viste... —le reclamó—. Jamás pensé que llegarías tan lejos...

—El que hizo algo malo has sido tú, no me eches la culpa a mí de tus desvaríos... —habló molesta.

—¿Desvaríos? —interrogó Tom con rabia—. Alejaste de mi vida a la mujer que más he amado...

—Tú no la amabas, Thomas... —habló con angustia—. Despierta de una vez, tú siempre has amado el recuerdo de tu propia madre, tratas de proyectarla en cada mujer que has conocido...

—Mi madre está muerta. —murmuró él mirándola con seriedad—. Jamás va a volver, y nunca dejará de dolerme que sea así...

—Tom... —se acercó a él.

—No me toques, solo déjame hablar. —pidió retrocediendo—. Cometí errores, es verdad... y con muchas mujeres a lo largo de mi vida, pero no sabes cómo me arrepiento y avergüenzo de ello... yo buscaba a mamá, siempre era sobre mamá, pero con Amelia no fue así... —habló mientras comenzaba a llorar—. Traté de hacer las cosas de manera distinta con ella, porque me enamoré de verdad, y no creo que llegue el día en que pueda decir que ya no la amo... pero tú lo arruinaste todo...

Stella se sentó sin mirar a Tom.

—No sabía que ella significaba tanto para ti... —musitó la dama.

—Ni yo... —masculló él—. Hasta que se fue...

—Lo lamento...

—Eso no arregla nada...

—Yo solo quería que ella no tuviera que pasar por lo que pasé yo... —murmuró Stella con tristeza—. Tú no lo sabes, pero yo fui casada... —confesó—. Mi esposo siempre estuvo enamorado de otra mujer, su novia de la universidad, quien fue su amante por los diez años que duró nuestro matrimonio... yo lo amaba, pero me tomó mucho darme cuenta de que él no me amaba a mí...

Tom enmudeció por un momento.

—Siento escuchar eso... no tenía ni idea... —musitó.

—Los recuerdos de una mujer vieja son sagrados... y a mí en particular no me gusta contarle esto a nadie...

—Entiendo a lo que te refieres...

—Perdóname, Tom...

Él la observó con gesto inexpresivo.

—Lo siento mucho... pero no puedo... —respondió—. Me quitaste lo único que realmente me importaba en toda mi estúpida vida... jamás podré perdonártelo...

La mujer secó las lágrimas que habían comenzado a caer de sus ojos, y apretó su cartera contra su cuerpo para salir de la casa sin mirar atrás. 


Don't forget to ★


 ✒Mazzarena 

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora