Ciento once

119 23 9
                                    


Tom despertó aquella mañana, y lo primero que hizo fue mirar a su lado.

Ella ya no estaba allí.

—¿Amelia? —interrogó irguiéndose en la cama.

Solo sintió cómo el eco de su voz resonaba en la habitación.

Se levantó, y caminó hacia el baño, pero estaba vacío.

Pensó que quizás había ido a su cuarto para tomar una ducha y cambiarse, a decir verdad, él también lo necesitaba, así que optó por hacer de eso su primer acto consiente del día.

Mientras él llenaba la tina, lleno de energía y felicidad, Amelia estaba sentada en cuclillas en el piso de su baño, sin poder dejar de llorar.

Cuando Tom se durmió en la madrugada, luego de consumar el acto, ella se escabulló a su habitación, y comenzó a llorar de arrepentimiento y de vergüenza por haber traicionado a Ben, y haber roto su confianza.

Jamás la perdonaría, estaba segura de ello.

Nunca había sentido tanta rabia contra sí misma como lo hacía esa mañana.

Una cosa era estar cuidando de Tom, cumplirle sus pequeños caprichos, como que le cocinara sopa de pollo, o fueran al teatro, pero eso era muy distinto a acostarse con él, ese era otro límite, y ella lo había resquebrajado sin pensar en Benedict, quien sí la amaba de verdad, y a quién ella también amaba.

Se había bañado dos veces esa noche, pero eso no cambiaba nada, se seguía sintiendo sucia, una hipócrita.

Se levantó del frío piso, y caminó hasta el balcón, para observar la ciudad, y respirar un aire diferente.

No podía sentirse mejor, nada la hacía sentirse mejor.

Se pronto, escuchó tres golpecitos suaves en su puerta.

—¿Estás ahí, moró mou? —escuchó desde afuera.

No pudo decir nada.

No lo quería ver, ni menos oír, él no tenía la culpa, todo recaía en ella, pero, de todos modos, no se sentía con ganas de hablar con él.

—¿Amelia? —volvió a oír—. No me asustes, querida...

Caminó hasta la puerta, y se apoyó contra ella.

—¿Qué quieres? —interrogó ella con un tono seco.

—¿Qué sucede? —inquirió preocupado.

—¿De verdad me estás preguntando eso? —murmuró molesta.

—Amelia... —susurró—. Abre, por favor...

Ella tomó la majilla, y la giró, observando a un agitado Tom.

—Moró mou... —dijo intentando abrazarla.

—Tom... —habló deteniéndolo con una mano—. No quiero que me toques...

Él la miró entristecido.

—Fue un terrible error... —murmuró sin mirarlo—. Traicioné la confianza de Benedict... jamás volverá a creer en mí después de esto...

—Vamos, Amelia... —masculló él—. No seas exagerada... no porque te hayas casado con un idiota para obtener una visa debes rendirle completa fidelidad... es solo cosa de papeles y ya...

—No es solo cosa de papeles, Thomas... —habló mirándolo enojada—. Yo me enamoré de ese hombre, y como tú no tienes idea...

El inglés la miró frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir? —interrogó confundido.

—¿Qué quiero decir? —preguntó sorprendida—. ¿Qué quiero decir? Me volvería a casar con Ben mil veces... lo haría mil veces más porque lo amo...

Él tragó duro al escucharla decir eso.

—Estás confundida... —murmuró—. Tú no puedes amarlo...

—¿Y por qué no podría? —interrogó con rabia.

—¡Porque tú debes amarme a mí! —gritó mirándola—. Yo soy tu alma gemela...

—¡No existen las almas gemelas, por la mierda! —gritó ella de vuelta—. No existen... y si existieran, Benedict sería lo más cercano a una para mí...

Él respiró profundo, y desvió la mirada.

—Lo siento... pero esa es la verdad... —susurró la mujer.

—No sabes lo que dices... —murmuró él.

Ella lo miró enojada, volviendo a llorar, cayendo de nuevo en la debilidad que tanto aborrecía en sí misma.

—¡Vete a la mierda, Tom Hiddleston!, ¡vete a la mierda! —gritó para cerrarle la puerta en la cara.

Tomó su maleta, y con rabia metió todas sus cosas dentro, a excepción del vestido verde, que volvió a dejar tirado sobre la cama, como un tragicómico dejavú.

Salió de la habitación, y huyó del hotel en un taxi con dirección al aeropuerto, para volver a Inglaterra en el primer vuelo que encontró.

Cuando estaba esperando el llamado para abordar, recibió una llamada de Ben, pero consumida por la tristeza y la culpa, no fue capaz de responder.

Ella no era digna de él, siempre lo supo, pero sus acciones le terminaron por confirmar su bajo nivel en comparación al del matemático. 


Don't forget to ★ 


✒Mazzarena

Panacea UniversalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora