Apoyándola

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NARRA DAICHI 

Estaba recostado en el suelo alfombrado de la casa, Miki daba vueltas de la cocina a la sala de estar mientras lanzaba una manzana en el aire. Normalmente no podía aguantar más de un par de minutos con una manzana en sus manos antes de comerla, pero ahora llevaba horas jugando con ella, las mismas horas que yo llevaba recostado mirando al techo. 

—Quizá si le hubiéramos pedido que lo dejara quedarse a dormir como teníamos pensado nada hubiera pasado porque no habría ido sin él a ese lugar. 

Comentó Miki, negué con la cabeza sin responder nada, no con palabras. En mi mente me decía a mí mismo que no hubiéramos podido hacer nada para evitarlo. 

—No es justo, nadie hizo nada para ayudarlo. 

Se quejó Miki, la miré sintiéndome estresada de escuchar sus quejas y lamentos a cada hora. 

—Miki, ¿Puedes dejar de quejarte? Nadie podía hacer nada porque él decidió ir sin decirlo, además, ya nada podemos remediar, mucho menos con quejas. 

Le expliqué, esperaba que comprendiera pero parecía demasiado dolida. Con los ojos cristalinos y negando con la cabeza me miró disgustada. 

—Iré con Skellen, ella sabe escuchar mejor que tú. 

Reclamó saliendo de la casa, suspiré cansado. Sabía que ambos estábamos dolidos por lo sucedido, pero esperaba que pudiéramos superarlo pronto, no podíamos seguir así. 

Ojalá que tuviera razón y Skellen le ayudara a entender las cosas. No importa que tan dolorosa o injusta sea la situación, ya nada podíamos hacer para evitarlo, sólo nos quedaba enfrentar la realidad y eso es lo que ella no quería entender. 

Después de un rato me levanté y también salí de la casa siguiendo mis propios consejos. Me quejaba de Miki y su actitud, pero quedándome todo el día recostado en el suelo mirando el techo tampoco iba a solucionar nada. 

Comencé a caminar por el refugio sin rumbo alguno hasta que vi a Cindy cerca del corral de los conejos, me acerqué a saludar. 

—Pareces muy ocupada. 

Mencioné fingiendo una sonrisa, ella sonrió negando con la cabeza. Intentaba pasar una cubeta llena de manzanas y zanahorias por sobre la valla de madera. 

—Sólo voy a alimentarlos, pero la última vez cuando iba a entrar y abrí la puerta del corral salieron corriendo, no quiero que vuelva a suceder así que entraré escalando. 

Respondió, asentí con la cabeza. 

—Pero parece que tienes problemas al pasar la cubeta, ¿cierto? ¿Por qué no entras y luego te la paso? 

Ofrecí, ella asintió entregándome la cubeta. Salto sobre la valla y se sentó en el último tablón de esta, pero antes de saltar dentro del corral me miró. 

—Por cierto, ¿sucedió algo entre Mindy y tú? ¿No me digas que han terminado? 

Preguntó, reí nervioso por su repentina pregunta. 

—¿Qué te hace pensar eso? 

Pregunté. Ella hizo una mueca como si fuera obvio el porqué preguntaba. 

—Ambos están tan extraños, no te he visto en varios días y hoy no pareces muy animado. Y ella, bueno, ha estado muy callada y distante últimamente. El otro día por accidente me corté la mano mientras intentaba un nuevo truco con un cuchillo y ni siquiera lo notó. 

Respondió mostrando la palma de su mano con una herida que ya casi había cicatrizado, volví a negar con la cabeza. 

—No te preocupes, estamos bien. Iré a verla, hablaré con ella. 

Prometí, ella asintió sonriendo con emoción. Saltó dentro del corral y tomó la cubeta que le entregué, luego de agradecerme nos despedimos. 

Comencé a caminar hacia la casa de Mindy pensando en que algo tenía que tenerla demasiado distraída para no haberse percatado de su hermana herida. Llegué a su casa, ella estaba afuera regando una planta que decoraba la ventana. 

—Bonita flor, no sabía que te gustaban. 

Mencioné, se sobresaltó al escucharme. Ahora entendía un poco a qué se refería Cindy. 

—No me gustan, pero Marcus me regaló esta hace unos días y amenazó con venir a comprobar que la estuviera cuidando. 

Respondió, asentí con la cabeza mirando alrededor como si él fuera a aparecer en cualquier momento. 

—Supongo que es un lindo detalle, ¿no? No se le suele regalar flores a cualquier persona. 

Comenté un poco celoso, pero también molesto por nunca haber tenido un lindo detalle con ella. 

—No lo sé, él dijo que me ayudaría. Dijo que me mantendría distraída, tranquila, ocupada y que incluso podría acostumbrarme a ella como si fuera otra persona. 

Respondió, la miré sin comprender nada. Sólo parecían palabras sin sentido. 

—Sabía que era un chico raro, pero eso es exagerado. ¿Y por qué quiere mantenerte distraída? 

Pregunté, ella sonrió triste mirando alrededor para después volver a fijar su mirada en mí. 

—Es sobre aquello que habíamos hablado cuando apenas nos conocíamos, ¿lo recuerdas? Sobre Cindy. Zarah piensa que debería decirle que no somos hermanas. 

Respondió, asentí con la cabeza indicando que recordaba aquella conversación. Estaba tan asustada que parecía que comenzaría a llorar en cualquier momento, la abracé recargando su cabeza en mi hombro mientras acariciaba su cabello intentando reconfortarla. 

—Son hermanas, no importa que no sean hijas de los mismos padres ni que sean diferentes, el tiempo y los momentos que han pasado juntas las han unido más de lo que piensas. No tienes que temer, quizá no lo demuestre como quisieras pero sé que ella te quiere y también le asusta la idea de perderte. 

Ella se aferró a mí sin saber qué responder y ocultando su rostro en mí lloró hasta desahogarse. Tenía mucho miedo pero yo estaba seguro de mis palabras. 

—¿Entonces piensas igual que Zarah? 

Preguntó, me encogí de hombros sin saber que tanto habían hablado entre ellas. 

—Sólo estoy seguro de que la verdad no debe estar oculta porque mientras más pasa el tiempo más hiere. Cindy quiere que confíes en ella, y seguro que tú también quieres que ella confíe en ti para decirte todo lo que siente o piensa, comienza demostrándole que confías tanto en ella como para decirle esa verdad. 

Respondí, ella me miró aún sintiéndose insegura. 

—Y dale más libertad, debe cometer sus propios errores y aprender por ella misma sobre la vida. Estoy seguro que ella no se irá, no te dejará y eso mejorará su relación porque ambas sabrán que están una al lado de la otra por decisión propia y no por obligación. 

Aseguré sonriéndole, ella lo pensó un poco antes de asentir con la cabeza y sonreirme de regreso. 

—Está bien, confiaré en que tienes razón. Pero si me quedo sola serás el responsable. 

Bromeó fingiendo regañarme, reí volviendo a abrazarla. 

—Jamás estarás sola. Si ella se va yo cuidaré de ti. 

Prometí, no respondió nada, sólo se aferró más a mí sintiéndose reconfortada.

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