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Mi teléfono comenzó a sonar y molesta fruncí el ceño para ver que eran las siete treinta de la mañana y mi objetivo de seguir durmiendo estaba siendo saboteado por mi hermana. Me senté en la cama sin energía, últimamente en mi vida faltaba eso o más bien: ganas de vivir.

- Hola ¿Qué sucede?

- Me acaba de llamar el abogado de papa – comento del otro lado del teléfono

- ¿Y ahora? – me levante de la cama y camine hacia el armario para sacar ropa de ahí

- Van a leer el testamento

- Ah bien – comente como si nada

- Debes ir Mey – suplico

- ¿A qué hora? – con lo que me importaba

- A las 8

Voltee a ver el reloj de la mesa de luz, suspire con algo de molestia.

- Judith, hay personas que trabajan para poder vivir en este mundo de flojos

- Lo se Mey, todas trabajamos, pero el testamento solo puede abrirse si estamos las cinco. Bueno – se quedó en silencio unos segundos, sabía que trago saliva para continuar – las cuatro y Bryan

- Bien – susurre con tristeza – a esa hora estoy

- Te veo luego

Note que mi hermana termino la conversación, observe el teléfono había sido una conversación demasiado amable luego de que todos estos meses discutiéramos como lo que éramos: hermanas.

Éramos cinco, de las cuales una de ellas se encontraba en estado de coma hacia dos meses y medio.

Lo triste era saber que ella no sabía que nuestros padres habían muerto también hacia un mes, en un accidente. Toda mi familia se encontraba rota, lo que se vivía ahora era un maldito infierno.

(...)

Acomode mi vestido y toque el número del piso en donde se encontraba el despacho del abogado de mi padre. Maldecía a Alberto por haberse muerto y quitarme el tiempo para leer algo que no tenía ánimos de saber.

Al llegar al décimo piso, escuche el murmullo de voces de mis hermanas. Aun con la muerte de mis padres no podíamos actuar como una familia normal, ni antes, ni después de todo esto. Mi madre tenía la teoría de que, si se moría, nosotras quizás nos volveríamos más unidas, pero ahora pensaba lo cuan equivocado era su deseo.

- Llegas tarde – me hablo con seriedad Judith

- Disculpa – mire mi muñeca – son las ocho en punto, ni un minuto más ni un minuto menos

- Déjala Mey, no sabe qué hacer con ella misma – hablo Florencia rodando sus ojos

- ¿Por qué siempre están en mi contra? – se cruzó de brazos molesta la rubia

La ubicación de nacimiento era de esta manera: Judith, Dulce, Florencia, Miranda y yo: María Emilia Luna. Era la más chica de las cinco, la que había ligado las peores caras, los peores momentos en un golpe, la que no tuvo el tiempo suficiente para disfrutar de sus padres y de mi hermana como ellas.

- Buenos días

Ingreso Mongliotte, el abogado de mi padre, junto a Bryan que también era abogado y esposo de Miranda.

- Buenos días – dijimos en un coro las cuatro

- Vaya – frunció el ceño con diversión el hombre canoso – hasta hablan en coro, que interesante – sonrió – Bien, ingresemos – dijo mostrándonos la puerta de su estudio

Amarillo - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora