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Con el correr de los días intentaba no pensar más de lo que había sucedido, mis hermanas llamaban y mandaban mensajes para poder hablar conmigo, pero simplemente las ignoraba. No tenía ánimos de formar parte de aquella locura.

Me recosté en el respaldo de aquel asiento mientras observaba una y otra vez el papel blanco de aquella computadora, que esperaba que prosiguiera con el artículo sobre la nueva moda retro que se volvía a instalar en las calles. No lograba concentrarme y entre la desgracia y el hambre no había nada peor que una María Emilia desganada y enojada.

Tome mis cosas para salir de la oficina, necesitaba aire puro y café así mis neuronas se recargaban para continuar.

- ¿A dónde vas? – Marcus enarcaba una ceja con seriedad

- Saldré por un café, ¿quieres? – camine hacia el ascensor

- Si mi jefa me ofrece, no puedo negármelo – bromeo

- Me deberás dinero – voltee a observarlo con diversión

- No tengo, te recuerdo que no me has pagado este mes – volvió a contra atacar

- Eres un mentiroso

Ambos reímos frente a eso e ingresando a aquella cabina lo salude con mi mano, Marcus era mi gay favorito. Nunca había tenido un secretario que sea mi complemento perfecto para este trabajo ya que, ser la directora y coordinadora de las noticias que salían tanto en el blog como en las revistas, no era tarea sencilla. Sin mi consentimiento aquellas palabras no iban a ser tocadas por la luz del sol.

Camine hacia el bar más cerca del lugar, era pequeño y acogedor. Pedí un capuchino con crema extra y me senté en una de las mesas alejadas del murmullo de las personas para poder continuar con la labor de escribir aquello que debía estar para hoy.

- ¿Puedo?

Elevé mi vista hacia aquella voz y pude notar sus dulces ojos verdes y su sonrisa encantadora, le devolví el gesto y asentí. Volví a cerrar mi computadora, no pensaba ser descortés. Tenía la necesidad de hablar nuevamente con él y no sabía porque me sentía con tanta paz ahora que lo tenía frente a mí.

- ¿Cómo estás? – pregunto antes de llevarse su café a la boca

- Bien – hice una leve mueca de sonrisa, no me encontraba bien, pero era demasiado lindo como para llenarlo con mis problemas familiares - ¿y tú?

- Bien – sonrió y volvió su vista al café de forma nerviosa – me quedé preocupado por ti la última vez que te vi, pero no tenía tu numero para saber de ti

- Bueno, sabes donde vivo – respondí moviendo mis hombros

- Es verdad – rio levemente y nuevamente tomo de su café – lo siento

- No te preocupes

- Y ¿se pudo solucionar lo de tu padre? – pregunto de forma inocente

- No lo sé – moví mis hombros – no tengo demasiado interés en saberlo

- De verdad que ese día saliste de ahí como alma que lleva el diablo – bromeo

Ambos reímos frente a ese recuerdo.

- Me encontraba molesta, eso es todo

- Lo he notado, créeme – apretó sus labios observándome fijamente - ¿puedo saber por qué?

Suspire con algo de cansancio en mi cuerpo. De verdad no tenía ánimos de hablar de esto. Negué levemente bajando mi vista al vaso.

- Lo lamento, es – suspire – demasiado difícil para mí hablar sobre esto

- Lo entiendo – asintió bajo un suspiro - Solo quería saber si necesitaba mi ayuda, ¿sabe? Todo tiene solución – sonrió levemente

- Gracias, pero lo que me sucede no tiene solución – sonreí desganadamente

- Y ¿Qué es lo que para ti no tiene solución, María Emilia? – pregunto expectante a mi respuesta

Levante mi vista hacia él, sus ojos increparon los míos intentando leer mi mente en cuestión de segundos. Había algo en el que me daba seguridad, era tan extraño sentir que entre él y yo había esta energía que me incitaba a seguir ahí. Me relamí los labios con la finalidad de poder continuar con esta conversación y no seguir con el duelo de miradas.

- Supongo que son las cosas de la vida, hay cosas que suceden y no tienen solución – me moví en mi asiento para recostarme en la silla y observarlo detalladamente mientras tomaba mi capuchino

- Tengo la teoría de que todo lo que sucede, sucede por algo

Se acomodó sobre sus brazos, se había acercado un poco más y con la luz del lugar sus ojos verdes se volvieron intensos como la profundidad.

- Esos son cuentos chinos – me burle

- Es enserio, Mey – me observo a los ojos, otra vez – no es casualidad que estemos juntos en este momento, ¿no lo crees?

Fruncí el ceño intentando entender hacia donde iba.

- Comienzo a pensar que crees en el destino

- Quizás, no lo niego – se defendió levantando sus manos con una sonrisa

- Pues, lamento no creer en esa teoría como tú – acomode mi cabello detrás de las orejas – considero que todo es consecuencia de nuestros actos del pasado, es decir, que algo que hicimos desencadeno esto – moví mis hombros

- Puede ser, no lo había pensado de esa manera

Tome de mi capuchino con doble de crema y luego lo observe, este comenzó a reír negando, no podía creer que mi cabeza ya pensaba que mis hijos tenían que tener esa sonrisa.

- ¿De qué se ríe? – pregunte con curiosidad

Volvió su mirada a mí y mordió su labio inferior con la sonrisa intacta en su rostro. Negó como un niño travieso y en mí, cada célula de mi cuerpo comenzó a temblar.

- Tienes bigotes

Abrí mis ojos con gran sorpresa y rápidamente llevé mi ante brazo a mi rostro para poder eliminar el exceso de crema en mi cara de forma avergonzada. No era la primera que vez que se me formaba el bigote en el rostro por la crema, pero si era vergonzoso que sucediera frente a un completo no tan desconocido.

- Eres divertida – dijo aun riéndose de mi

- Me lo has dicho – reí con el bajando la mirada con timidez – bien, creo que debo irme – suspire desganada, de verdad quería quedarme con él un rato más pero mi trabajo debía terminarse hoy

- Sí, yo también – tomo su café antes de levantarse – te acompaño

Ambos salimos juntos del local, detuve mis pasos para ponerme frente a él. Nuestras miradas se volvieron a conectar y yo comenzaba a perderme en sus ojos.

- ¿Me darías tu numero? – pregunto con tranquilidad

Abrí mis ojos con sorpresa frente a eso, no pensé que lo iba a hacer el, pensaba hacerlo yo misma.

- Claro – tartamudeé y sonreí

Ambos nos entregamos nuestros teléfonos y anotamos los números, nos despedimos con tierno beso en la mejilla. Sonreí cuando volteé para caminar hacia mi trabajo, mordí mi labio inferior sin poder creer en lo que había sucedido anteriormente. Sentía esas cosas eléctricas en la panza, esas que mama siempre decía que eran mariposas revoloteando dentro de uno.

Antes de ingresar al edificio fruncí el ceño cuando mi teléfono comenzó a sonar. La pantalla tenía su nombre.

- ¿Hola?

- Me olvidé de decirle algo – sentí su sonrisa del otro lado

- Dime – pregunte con un tono de curiosidad

- Algo de ti me gusta y demasiado 

Amarillo - Juan Pablo VillamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora