El hijo de la muerte (Nico di Angelo)

Capitulo 129: Los muertos

Creo sinceramente que ver morir a una persona es suficiente para toda una vida, suficiente para cualquier persona.

Y más que suficiente para mí.

Pero parece ser que el destino quiso que mi existencia estuviese repleta de ellas, al igual que la de la mayoría de los semidioses. Porque si, yo estoy viva ¿pero a qué precio? 

No conocía a Kaitlin lo suficiente como para llorar su muerte como lo hice con Nick, pero la tristeza fue igualmente abrumadora. Como un tsunami, inexorable y malditamente desbordante. Nunca la tuve gran aprecio, pero ella no se lo merecía.

Ella más que nadie merecía salir fuera del tártaro y disfrutar de la vida como tal. De poder sentir la agradable sensación de las gotas de lluvia mojándote la piel, o del viento revolviéndote el cabello. El sol incidiendo sobre tu piel y el agua  cubriendo cada parte de tu cuerpo cuando lo sumerges en ella. Kaitlin debería haber podido ver alguna vez en su vida un amanecer, una puesta de sol o el cielo repleto de estrellas. 

No, definitivamente ella no debería haber muerto antes de poder realizar lo que cualquier ser humano tendría que hacer. Ella no debería haber vivido en el tártaro. Zeus no debió enviarla ahí.

Las furias no depositan con cuidado en la tierra escarpada de la cueva y yo me abrazo a James para mantener el equilibrio. Megera, la furia que nos ha traído, se despide de nosotros y, junto a Alecto y Tísifone se van volando hacia el palacio de Hades. Pongo los pies con firmeza en el suelo y dejo de apoyar todo mi peso en los hombros de mi amigo, pero no me separo de él. Su apoyo es lo único que ha evitado que me pusiese a llorar como una maldita desquiciada por todas las confusas y completamente abrumadoras situaciones en las que nos estamos viendo inevitablemente envueltos. Estos eternos nueve días de subida me los he pasado abrazada a él mientras dejaba que las silenciosas lagrimas cayeran por mi ojos, con la cabeza escondida en su cuello. James ha sido increíblemente paciente y comprensivo conmigo, y es por eso que le debo demasiado.

Soy excesivamente egoísta por estar con él. James se merece más que nadie ser feliz, pero yo no hago más que hacer lo contrario. Soy un lastre para él. Mis incesantes llantos y mi débil personalidad no hacen más que provocar que él se preocupe por mi. Yo solo le hago daño. 

Él ahora mismo debería estar saltando de felicidad porque va a volver a ver a Bianca, pero en cambio está aquí consolándome mientras yo hundo la cabeza en su pecho y sollozo con fuerza; dándome cuenta de que, a pesar de sean Nick y Kaitlin los que hayan muerto, los demás tampoco van a volver. Da igual que sobrevivan a la pesadilla que se avecina, Zeus es demasiado orgulloso como para sacarles de ahí. Zeus jamás admite sus errores, y jamás los rectifica.

Y, los que hemos vuelto, jamás volveremos a ser los mismos. Ya sea por las experiencias allí vividas o por las pérdidas que sufrimos. Yo jamás podré volver a mirar a la cabaña de Ares como lo hacía antes, por ejemplo.

No, todo va a cambiar. Nada volverá a ser como antes.

Los brazos de James me acarician la espalda con cuidado y cariño mientras yo me maldigo a mi misma en mi interior. No me merezco ni por asomo todo el amor que James me profesa. Esa clase de amor incondicional y perfecto debería dárselo a otra chica; alguien menos débil, estúpida e idiota que yo. Alguien que sepa valorarle y darle todo el cariño que él se merece. 
Una chica que esté tan malditamente enamorada de él que le haga feliz.

Nico nos indica que le sigamos y todos juntos caminamos de regreso al siniestro palacio de Hades. Ahora más que nunca parece el palacio del dios del inframundo: negro, oscuro y destilante de poder y superioridad.

La versión siniestra del hermoso Olimpo, un lugar que aún no he visitado y espero no visitar nunca.

Nico entra adentro del palacio a por unas cosas que necesita y todos los demás le esperamos fuera. Ahora iremos inmediatamente al Campamento, a realizarle a Nick el funeral que aún no hemos podido brindarle.