Capítulo 61: ¿Amigos?

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*Octavio*

El sol se refleja en mi pelo rubio, volviéndolo de un dorado intenso, de esa manera que yo tanto odio. El viento lo alborota dandolo ese aspecto tan usual en mi. Me paso la mano por el pelo, como hago cuando me siento frustrado.

Llevo así desde que me besó Rachel. Y es que no me puedo sacar de la cabeza eso. La forma en que sus labios encajaban perfectamente con los míos, como nunca había sentido con las otras chicas a las que había besado. Se sintió tan malditamente bien...

Dios, ¿que me está pasando? Yo no soy así. ¿Que me a echo esta chica?

Agarro una piedra del suelo y la lanzo con fuerza al agua, en un intento desesperado de disminuir mi frustración.

Recuerdo su brillante cabello rojo, sus preciosos ojazos verdes, sus irresistibles labios... Oh dios, definitivamente deliro.

Escucho un sonido intencionado detrás mía, pero no me giro. Se que es ella. Y aunque cada célula de mi cuerpo se muera por verla, debo ser fuerte. ¿No huyo ella después del beso? Pues ahora me toca a mí.

- Octavio - escucho que suspira. Oír como pronuncia mi nombre me provoca una sensación extraña no del todo desagradable - He venido a disculparme, así que ponmelo fácil ¿vale?

- ¿Porque debería? - murmuro mirando hacia el horizonte, por donde el sol se esconde con rapidez, aún sin mirarla.

La escucho resoplar y al instante la veo rodeandome para posicionarse frente a mí, en un intento de captar mi atención.

Tu siempre tienes mi completa atención. - pienso involuntariamente.

¡¿Que?!

Su precioso cabello reluce al atardecer, de un color asombrosamente parecido al del cielo en este momento. Tiene los ojos y la nariz un poco enrojecidos, lo que provoca que mis instintos primarios me pidan a gritos que la consuele. Viste un elegante vestido blanco estilo griego que la hace ver como una maldita diosa. Sus curvas se hacen más que evidentes y mi respiración se entrecorta. Esta realmente hermosa.

¿En serio se tenia que poner este vestido cuando se supone que tengo que parecer enfadado con ella? Definitivamente el universo me odia.

Se fuerte, Octavio, se fuerte.

- Perdón - susurra con voz débil.

- ¿Porque? ¿Por comportarte como una maldita niñata celosa, besarme y luego decirme que me odias? No te preocupes, no fue para tanto - mi voz rezuma sarcasmo.

Puede que sea cruel decirla esto cuando a venido para disculparse, pero no se lo pienso poner tan fácil. Quien algo quiere, algo le cuesta.

- Es que no soportaba ver como hablabas con ella. Ver como le prestabas atención a alguien que no sea yo.

- No somos nada ¿recuerdas?

- Lo sé, lo siento ¿vale? No ha sido fácil venir para mí... Pensar en la sola idea de venir para disculparme contigo casi me hace vomitar...

- Eso no es una disculpa - la interrumpo.

Rachel respira hondo.

- Vale - me mira fijamente - ¿Amigos?

- Nunca fuimos amigos - murmuro sin mirarla.

- Siempre hay una primera vez para todo - susurra - Entonces...

- ¿Amigo tuyo? - arqueo una ceja - Iugh, no por favor.

Abre la boca indignada y se cruza de brazos con firmeza.

- Oh, la niñita se ha enfadado - me burlo.

Su expresión de perplejidad da paso a una sonrisa malévola que ocupa la mayor parte de su rostro.

- Si - asiente sonriendo - me he enfadado, y ¿a que no sabes con quien voy a descargar mi enfado?

Me empiezo a reír. ¿Enserio? De lo único que es capaz Rachel es de echar espuma verde por la boca.

- Oh cuidado, que miedo. A lo mejor profecita mi muerte, o me ataca con su infernal luz verde.

- No - sonríe aun más - demasiado visto, busco algo más...

Se le abren los ojos y yo empiezo a retroceder, no me gusta nada esa expresión que tiene.

- Cobarde - canturrea.

Entrecierro los ojos. Pienso matarla, y después sacrificaré sus entrañas como hago con mis osos. Si, justo eso haré con ella.

Avanzo hasta su posición con paso despreocupado, disfrutando de la expresión de desconcierto que adorna su cara momentáneamente.

- Tú - me digo en apenas un susurro a centímetros de su cara - No me puedes hacer nada - sonrío con egocentrismo - Eres una simple mortal - disfruto de su cara enfadada - y yo...

- El idiota más grande del mundo - completa ella mi frase interrumpiendome.

Sonrío y niego levemente con la cabeza, viendome recompensado por la expresión desilusionada de Rachel en todo su esplendor, supongo que ella creía que me pondría furioso ante su estúpido insulto.

- No no no - mi sonrisa aumenta de tamaño - Yo soy un semidiós, hijo de un mortal y un dios, y por lo tanto; claramente un ser superior a ti.

Rachel asiente cansada de mí y pasa por mi lado sin dirigirme ni una sola palabra hasta su cueva.

Mientras subimos, Rachel - tan torpe como siempre, da igual que sea una mortal - mete el pie en un hueco que había en la tierra y se tambalea hacia atrás. La agarro de la mano justo cuando está a punto de caer y ambos nos quedamos mirándonos, sin poder decir palabra alguna. Cuando vuelvo en mí, esbozo una sonrisa malévola antes de soltarla la mano, provocando que Rachel se pegue un buen golpe contra el suelo.

Me mira furibunda mientras se restriga el brazo adolorido y se levanta con una mueca de dolor.

- ¡Te odio! - me grita.

- Ambos sabemos que me amas, preciosa - la guiño un ojo y entro en la cueva con paso majestuoso, dejando a una Rachel perpleja detrás mío.

Me apoyo en una de las paredes y la observo con los brazos cruzados como entra en la estancia. Sus piernas largas la permiten acortar la distancia con facilidad, y su complexión atlética también la es de ayuda. Me mira fijamente y poco a poco se va relajando, hasta adoptar una expresión exhausta.

- Rachel - la llamo sentándome con las piernas estiradas delante mío - ¿Sabes algo de lo que ha dicho Quirón?

Se acerca a mi y se sienta a mi lado.

- Solo sé que han decidido algo, ¿El que? Ni idea. Es algo importante, que nos incumbe a todos, y que queramos o no, nos veremos metidos en lo que sea que está pasando.

- ¿Y cuando no nos vemos metidos en los asuntos de los dioses? - pregunto con ironía.

Rachel se ríe; un sonido armónico y melodioso que provoca que mi corazón pegue un salto.

La miro fijamente. Es hermosa, mucho a decir verdad. Con ese vestidos blanco como la nieve, los brazaletes dorados que adornan su cuerpo, su excepcional cabello rojo y sus penetrantes ojos verdes. Es tan... perfecta.

- Octavio - me llama - ¿Vas a usar esos osos? - señala mi cinturón.

- ¿Que? - los miro - Si, ¿porque?

- Nada - se muerde el labio inferior.

- ¿Que? - insisto.

- Nada - aparta la vista con las mejillas sonrojadas - solo que me gustaba uno.

- ¿Cual? - pregunto.

- ¿Me lo darás? - la esperanza brilla en sus ojos.

Dios, las chicas y los peluches.

Acerco mi rostro mucho al suyo y pongo mi expresión mas persuasiva. Rachel está incomoda ante mi cercanía, y eso me alienta.

- No - me limito a contestar con una reluciente sonrisa.

El hijo de la muerte (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora