Capítulo 69: Espada mágica.

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*James*

- ¿Nick? - le llamo.

Llevamos andando al menos tres horas y hemos tenido que parar porque el idiota de mi amigo tenía que hacer pis. ¿Quién me manda a mi traerme a éste a la misión? Maldito el día en que pensé que podría haberme servido de ayuda. Tal vez antes si hubiera estado a la altura, pero ahora, con Reyna ocupando cada pensamiento, no es capaz de hacer una frase completa sin pronunciar su nombre. ¡Dios! Es tan exasperante...

-Nick no tiene gracia - digo en voz alta - sal ya. Tenemos que llegar allí al anochecer y ya vamos tarde, date prisa.

No escucho respuesta y me mosqueo. ¿Qué estará haciendo ahora?

Me adentro en el bosque claramente irritado, buscando a Nick con la mirada; pero solo veo altos árboles recubiertos de musgo y ramas rotas en mitad del camino.

Veo una sombra moverse a lo lejos y suspiro aliviado de haber encontrado al fin a Nick. Me acerco allí rápidamente dispuesto a darle una reprimenda cuando me doy cuenta de que eso no es mi amigo. Retrocedo lentamente; rezando con todas mis fuerzas para que no se de cuenta de mi presencia; pero al retroceder pisó una rama seca - malditas ramas secas - y el monstruo se gira bruscamente hacia mi. Cierro los ojos golpeándome internamente por ser tan jodidamente torpe.

El monstruo se alza sobre mí, permitiéndome apreciar su deformidad más de cerca. Es alto y fuerte, mucho más grande que cualquier humano que haya visto nunca. Sus ropas, al igual que su pelo, se hayan rotas y enmarañadas, negras a causa de la suciedad que acumulan, y, en lugar de dos ojos, tiene uno.

- Vaya, vaya - el cíclope sonríe dejando a la vista una hilera de dientes negro rotos. Iugh - Mira que tenemos aquí, si es un jugoso semidiós extraviado.

Llevo mi mano corriendo a mi cinturón, en donde guardo la espada; pero en cuanto mis dedos notan la ausencia del metal me doy cuenta que me e dejado la espada en el claro en donde esperaba a Nick.

¿Podría mi suerte ir a peor?

- Y encima no tiene arma - se regodea el cíclope -. Los semidioses cada vez sois más inútiles, aunque eso es mejor para mí. Más comida.

Frunzo el ceño y le miro con repulsión. Realmente morir comido por un cíclope es la muerte más penosa que puedo tener.

- ¡Ahhh! - escucho un grito cerca mío.

- ¡Nick! - grito automáticamente.

Me tapo la boca con las manos y miro temeroso al cíclope, que observa con una sonrisa el lugar donde ha sonado el grito.

Mi amigo llega corriendo por entre los árboles - ¡James! Ayuda... - se para en seco al ver al cíclope.

Se pone a mi lado casi al momento en que aparece otro cícolpe aún más desagradables que el anterior, esta vez mujer.

- Malditos mestizos - escupe con desprecio - Odio a los hijos de Ares.

- Como me importa tanto lo que opines - dice Nick irónico.

Frunzo los labios con disgusto, ¿no podría callarse por una vez en su vida?

- Grrr - la cíclope gruñe enfadada - desgraciado, pienso comerte para merendar.

- Por supuesto - exclama mi amigo - Para comer ya te has comido 100 vacas ¿verdad? O a lo mejor más, quien sabe cuanto cabe en esa pelota de playa a la que tu llamas barriga.

Pongo los ojos en blanco, ¿no podría abstenerse de meterse con alguien?

- ¡Callate! - bufa furiosa. Se gira hacia el cíclope - Cariño, no estoy gorda ¿verdad?

El hijo de la muerte (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora