Epílogo

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Nico di Angelo caminaba de un inusual buen humor por las cabañas del Campamento. Los campistas hacía tiempo que no veían esa sonrisa en su rostro, casi parecía ser ese niño de 10 años de nuevo.

Pero él no había retrocedido en el tiempo. Había cambiado porque alguien demasiado especial para él se había ido, y ahora volvía a cambiar por que otra persona - especial, aunque en otro sentido - estaba en su vida.

Porque el hijo de Hades jamás creyó que acabaría con una chica. Cuando se imaginaba su futuro se veía eternamente solo, únicamente con la deprimente compañía de su padre; y en algunos casos imaginaba como sería su vida con Percy si éste no tuviese a Annabeth.

Pero su tiempo de fantasear con el hijo del mar había terminado. Ya no tenía que imaginar nada, todo lo que siempre quiso lo tenía al alcance de su mano.

Ella le daba todo lo que siempre había necesitado. Amor y comprensión. Algo que solo había logrado con Bianca, y posteriormente - aunque en menor escala - con Jason y Reyna.

Le seguía causando incomodidad estar cerca de los otros semidioses, pero al menos ya no le disgustaba su presencia. En esos tres meses Daisy le había obligado a relacionarse con los demás campistas.

Había estado un tiempo con los hijos de Hefesto, Ares, Atenea. Incluso con los de Afrodita. Pero sobre todo había pasado el tiempo con las hijas de Demeter.

Aquella diosa tan quejica que siempre andaba regañandole tenía unas hijas bastante encantadoras. Nico había estado esos tres meses aprendiendo la suficiente botánica como para que el suelo que él marchitara en repentinos ataques de furia volviera a florecer sin problemas.

Katie y Miranda, las dos únicas chicas de esa cabaña que pasaban todo el año en el Campamento, habían sido increíblemente pacientes con él. Incluso Will se pasó un día por el campo de fresas para saludarlas. Nico aún podía recordar la cara del hijo de Apolo cuando le vio junto a ellas, era para enmarcarla.

Literalmente.

El rey de los fantasmas no podía negar que ahora sentía el Campamento más como un hogar, pero a pesar de todo, no creía que fuese por el Campamento en sí.

Su relación con Daisy había mejorado considerablemente. Ella al fin había parecido comprender que él no iba a dejarla. No habían pasado de darse besos antes de irse a dormir, pero él no necesitaba un contacto más íntimo para sentirse completo. Solo necesitaba sentirla a su lado para estar perfectamente. Poder rodearla con sus brazos para, por primera vez en su vida, sentir que estaba bien consigo mismo. Ella le hacia bien.

Su situación era parecida a la suya, pero a la vez diferente. Ambos habían tenido una vida difícil, pero Nico no sabía cual era peor. Él había perdido a su madre y a su hermana cuando era un crio, pero al menos sabía que le querían.

¿Pero ella? Nadie la había apreciado nunca como se merecía. Nico jamás se había encontrado a una criatura más hermosa que fuese menos consciente de su atractivo físico. Pero él iba ha hacerselo saber, iba a mostrarle que era preciosa. Demasiado incluso para él.

Caminó hasta la orilla del lago, en donde ella estaba sentada de espaldas a él mientras hablaba con las náyades. En cuanto él se acercó, las ninfas marinas se sumergieron al instante, divirtiendo a la chica.

- Sigo sin entender porque ese miedo - dijo él sentándose a su lado.

- No puedes esperar que tu imagen de chico "peligroso" cambié de un día para otro, Nico - le dijo ella con suavidad dándole un suave apretón en la mano.

Nico sonrió y miró cómo las náyades le observaban entre furiosas y asustadas. A Nico le divertía ver como los seres de la naturaleza aún no habían acabado por acostumbrarse a su presencia. Ellos eran naturaleza, vida; mientras que él era la maldita muerte.

El hijo de la muerte (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora