MI NUEVO INSTRUCTOR NO ES EL SEÑOR WILSON

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— Luego de la bendita cacería, por fin podremos fijar tu boda— dice mamá con triunfo, pero me mira con molestia y se va a su habitación.

Yo me quedo esperando a mi instructor para aprender a montar. No tengo ninguna emoción por las nuevas lecciones, pero, fiel a mi costumbre, no abro la boca para negar nada.

A lo lejos veo a un jinete llevando a un caballo de las riendas, es un bonito caballo color negro, su color salta a la vista de lo negro que es, y es tan bonito que me quedo mirándolo por un buen rato; el animal trota muy contento de su libertad, aunque esté tirado de una cuerda él se ve libre. Me pregunto qué se sentirá ser libre.

El jinete se acerca más, habla con el mayordomo y éste le da permiso de entrar a la sala, desde mi lugar siento que mamá está conmigo.

— Buenas tardes— dice el jinete y se quita el sombrero; es curioso porque no parece ser de estos lugares, es joven, menor que mi prometido, y creo no exagerar al decir que más simpático a pesar de lo tostada de su piel.

— Usted no es el señor Wilson— dice mamá en su tono usado para los sirvientes—. Ve dentro— me dice y yo no dudo en hacerle caso.

— El señor Wilson está enfermo— oigo que dice el joven, tiene un acento extraño, debe ser extranjero—, me mandó como su reemplazo.

— Lo lamento, no conozco nada de usted— dice mamá despectiva, yo los puedo oír—. Puede marcharse— le ordena.

— Deme una chance— dice el joven—, créame que sé a lo que me dedico, solo una oportunidad y verá que en menos de un mes enseñaré a montar hasta a un gato salvaje.

— Mi hija no es ningún gato salvaje— me detengo—, retírese, puedo esperar al señor Wilson.

— Como desee— dice el hombre joven—, solo deje que le diga un secreto: el señor Wilson no es muy paciente como instructor, a menudo encabrita al animal con sus gritos y una vez tuve la desgracia de ver que por ese motivo una pobre muchacha perdió el equilibrio y cayó al suelo, por fortuna no se rompió el cuello.

No podía verlos, pero supe que mamá se replanteaba su decisión. Aquel desconocido joven había tocado la fibra sensible de mamá: que me pase algo malo.

— ¿En cuánto tiempo puede enseñarle a montar?— le pregunta y yo comienzo a andar muy despacio hacia mi habitación.

— Si no sabe nada de caballos, y desea que solo sepa montar y ya, su querida hija lo logrará en una semana— puedo notar que mamá se emociona—, pero si quiere usted que la señorita aprenda como se debe, serán seis meses de clases diarias, por supuesto solo de dos horas.

Mamá me manda a llamar, Miranda, la sirvienta encargada de mi cuidado personal, no me busca demasiado; me sonríe al encontrarme cerca y me dice— por fin alguien venció a la señora— yo no le respondo nada.

Entro a la sala y veo al joven en el mismo lugar y a mamá en el suyo propio— si mis cálculos no me fallan— dice mamá—, con cuatro horas diarias, el tiempo se reducirá.

— Sí, pero no lo recomiendo— dice el joven—, cuatro horas agotarían a su señorita hija.

— Joane es fuerte— conozco el tono, es el que usa cuando me dice que debo lograr algo sí o sí—, hará cuatro horas sin dudar.

El joven no puso más objeciones— en todo caso me presento: mi nombre es Erick y soy adiestrador de caballos. Aparte de instructor, también conozco el arte de la espada y, a pesar de mi edad, tengo más habilidades que los más experimentados; sin ánimo a alardear de ellas— en ningún momento posó su mirada en mí y tal vez fue eso lo que termina de convencer a mi madre.

— Dígame que es lo que necesita— dice mamá.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora