TAL VEZ SÍ SÉ HACER ALGO

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Con la llegada de Erick nuestra economía se ajusta nuevamente, Louis encuentra otro trabajo más y yo siento pena por él, se esfuerza tanto que mi única forma de retribuirle es haciendo que los pequeños se callen cuando él descansa.

Han pasado seis meses del nacimiento de nuestro segundo hijo y está creciendo fuerte y sano, pero no gracias a mí.

— Te culpas demasiado— me dice Louis—, haces todo aquí; yo no contribuyo con nada de la casa, tú lo haces todo.

— Tú casi ni duermes— digo yo.

— Tú tampoco— ríe él—, si se despierta cada cuatro horas— señala a mi bebé que mira a su hermano mayor haciendo piruetas de su edad para divertirlo.

— Debo encontrar algo que hacer— digo sin dejarme convencer por mi esposo.

— Siempre que sea dentro de casa— me dice él—, con dos niños nadie te contrataría— es sensato, siempre es así—. No te preocupes, no me estoy quejando.

— Yo me quejo por ti— y le doy un beso.


El domingo luego de la reunión dominical, Amelia nos visita, trae a sus gemelas que han hallado gusto en ser mayores de aunque sea niños ajenos.

— Estoy tan molesta con mi esposo— me cuenta efectivamente molesta, Louis se va a arreglar la ventana de atrás—, dice que no tiene tiempo para enseñarle a las gemelas a sumar— está indignada—; fue lo mismo con mi hija mayor, ah, pero a los niños sí les enseñó sin dudar, a escribir y todo lo demás, y a mis niñas no me las enseña nada.

— ¿Y cómo aprendió la mayor?

— Cuando su hermano menor aprendió le mostraba como— me explica—, yo también le enseñé lo que sé, pero no aprendí mucho— ríe avergonzada.

— ¿Y sus hermanos no les enseñan?

— Su padre no quiere— me dice y comienzo a indignarme yo también—, dice que tienen mejores cosas que hacer y tampoco puedo negarlo, el mayor ya trabaja y el que le sigue ayuda a mi papá, y cuando tiene tiempo libre para poder enseñarles, discute todo el tiempo con ellas.

— Si quieres yo les enseño— ofrezco sin dudar—, sé matemáticas muy bien.

— ¿En serio?— dice sorprendida no sé si por que sepa matemáticas o porque puedo enseñárselas a sus gemelas.

— Puedo multiplicar hasta el veinte, para empezar— digo confiada y ella me mira más sorprendida, inconscientemente consuelo mi mano izquierda que recibió tantas veces la dura regla.

— Bueno— acepta contenta.

Y así es como consigo dos alumnas muy inquietas, pero con muchas ganas de aprender. Llega el fin de mes y logro meterles en la cabeza la tabla de multiplicar del dos y tres, la suma ya la saben muy bien.

Su madre, mi amiga Amelia, está muy contenta con el resultado y me ha traído una canasta llena de vegetales.

— No tenías por qué hacerlo— digo yo, su padre tiene una pequeña huerta que da buenos y variados productos.

— Sí tengo— me dice y pone la canasta en la mesa de mi cocina—, las gemelas han aprendido muy bien e incluso han ganado a su hermano en la suma.

— Es que le ponen empeño— miro la canasta con alegría.

Al mes siguiente las gemelas ya pueden multiplicar hasta el cinco y como les queda tiempo, su madre viene a recogerlas, les enseño a escribir, es complicado porque no hay donde, pero me las ingenié muy bien.

Amelia vuelve con otra canasta y me dice muy contenta— una vecina vio a mis hijas y se sorprendió cuando las vio sacar cuentas mejor que ella, me pidió que te pida si puedes enseñarle a su niña también.

— Creo que sí— acepto, tres niñas no son muy distintas a dos.

Con tres niñas como alumnas, Louis ha terminado de hacer un pequeño salón, solo tiene techo, pero es suficiente para que no nos castigue el sol.

La madre de mi tercera alumna me ha pagado con dinero y me ha mandado a su hija mayor para que pueda escribir porque tiene quince, no sabe y quiere aprender.

Dos niñas más se me aumentan y veo con alegría que todas pueden multiplicar hasta el diez y la de quince escribe lentamente.

— Ya encontraste algo en lo que eres buena— me dice Louis que ha dejado el otro trabajo y pasa un par de horas más en casa—, de algo debía servir que hayas tenido tantos instructores— y me guiña un ojo.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora