MIRANDA LO SABE

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Bla, bla, bla, solo oigo balbuceos de su insípida boca.

Para qué me molesto en escucharlo si solo habla de él y de su grande ego. En su pequeña cabeza solo se encuentra él y nadie más es lo suficientemente bueno como para acompañarlo ahí.

— Tienes toda la razón— respondo monótonamente cuando él se calla, sonríe con orgullo y sigue en su monólogo; me cuido de no mostrar que estoy cansada de escucharlo, solo debo seguir engañándolo.

— Ya me debo ir— dice como si yo me vaya a tirar a sus pies para que no lo haga— ¿tienes todo listo para la cacería?— claro que lo tengo.

— Espero tener todo como me dijiste— le respondo con humildad.

— Si es tal como te dije, entonces sí— me dice y yo pongo cara de alivio— ¿no quieres un beso?— me pregunta como si yo le hubiera rogado hasta morir por uno.

— Sí— respondo y hasta creo que me he sonrojado, y ahí va un nuevo y frío beso, sonrío complacida y él está en las nubes con su ego ¿Cómo fue que en algún punto me quedé fascinada por él? Tal vez la razón fue que mi madre me lo ordenó.

— Sabes Joane— me dice y espero que no haya notado mi expresión de aburrimiento, de ser así me he traicionado de nuevo—, creo que estoy ansioso por desposarte— ah, era eso—, eres tan obediente y sumisa, me gusta eso de ti.

— Gracias— digo y creo que voy a vomitar.


— Mejor cómprate un perro— digo a mi almohada— ¡Obediente y sumisa!— me mofo— le gusta que sea obediente y sumisa, no puedo creerlo, esto es el colmo— cuento mentalmente los días que faltan para mi libertad.

— ¿Señorita?— me quedo helada, volteo y veo a Miranda mirándome, no tengo idea de cuánto ha oído, pero seguro mi cara me delata— no hable tan alto, su señora madre puede escucharla— ahora sé que me ha oído.

— No fue nada, Miranda— me excuso—, no me refería a nadie en concreto.

Miranda entra a mi habitación y cierra la puerta con sumo cuidado, yo tiemblo, me va a decir que está enterada de todo y que me delatará, ya lo puedo ver, no es posible, con lo duro que he trabajado.

— Señorita— me dice en un tono amable—, no se asuste conmigo— me está hablando como una hermana debería hablar a otra más pequeña, como la vez que me explicó de mi ciclo—. No voy a decir nada— y hago lo que mejor sé hacer: llorar.

— Por lo que más quiera, no diga nada— le digo aunque ella me dijo que no lo haría.

Ella pone un dedo sobre sus labios y la entiendo, mamá puede oírnos— no se preocupe, yo no pienso decir nada, sé de sus planes, o al menos me los imagino.

— ¿Cuáles planes?— trato de evadir el tema.

Ella me sonríe— no me tenga desconfianza— me dice tranquilizadoramente—, lo sé desde hace mucho— y yo me congelo—. Usted es tan joven e inocente, créame que he pasado por lo mismo que usted.

— ¿Y eso es?

— Enamorarse— me dice contenta.

— No estoy enamorada— digo asqueada pues pienso que se refiere a Héctor.

— Hablaba del joven instructor— susurra ella y yo contengo la respiración, ella sonríe de nuevo, tiene una bonita sonrisa reconfortante—, se nota que le gusta mucho su compañía y que lo extraña.

— No le diga a mamá— ruego.

— No lo diré— me lo asegura por tercera vez, se me acerca y toma mis manos— ¿planea fugarse, verdad?

— Sí— susurro y bajo la mirada.

— Lo imaginaba— me dice—, si desea puedo ayudarle a hacerlo.

— No hace falta— digo—, lo tenemos todo planeado.

— En hora buena— susurra—. Usted merece ser feliz, me alegra que haya decidido romper sus cadenas, pensé que jamás se animaría en hacerlo.

— Gracias— y levanto la mirada.

— Yo la cubriré lo más que pueda— me dice y yo no doy crédito—, si es en mi día libre, diré que vi a alguien como usted por el puerto del norte, y si no es en mi día libre, diré que dejé de verla después de la cena.

— No tiene por qué— digo, no quiero meterla en problemas, ella siempre fue muy amable conmigo.

— Tengo sí— me dice con confianza y gratitud—. Usted siempre fue muy educada, siempre me trató con respeto y está lejos de parecerse a su madre por muy señora quiera ser ella— me suelta las manos con delicadeza—. Cuando logré huir y quiera tenerme como testigo, solo tiene que encontrarme en la panadería que está más cerca de la plaza— ¿testigo?—, yo iré sin dudar y no voy a delatarla.

Pienso en el día de mi huida y caigo en cuenta que es el día que Miranda tendrá día libre, la voy a meter en problemas— no— le digo de corazón—, le voy a armar un lío si me ayuda.

— En suficientes líos la han metido a usted— dice ella—, es hora que sea libre y lo va lograr, yo también creo que es el colmo que su pronto ya no más prometido la compare con un perro— y yo me río y ella también.

Y por primera vez siento que a alguien más le he importado en esta casa.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora