ANTES DE CONOCERNOS

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— Fui huérfano— responde Louis cuando se lo pregunto—, mi padre murió por la fiebre, yo tenía siete— duda—; mamá... no teníamos dinero y éramos tres hermanos y un bebé en camino, yo era el segundo.

— ¿Y qué pasó con ella?— dijo huérfano y me apena oírlo.

Louis calla unos segundos y finalmente dice— se prostituyó para darnos de comer, fue después que nació mi hermano menor— estoy muda—, jamás me enteré hasta que enfermó por algo que le contagiaron y murió, solo mi hermano mayor y yo lo supimos.

— Lo lamento— me duele haber preguntado, debe odiarme en este momento.

— No tienes por qué, tú estabas muchos kilómetros lejos— piensa—, no, ni habías nacido— ríe—. En fin, nos llevaron a un orfanato donde nos trataron peor que a perros de la calle y mi hermano mayor murió a consecuencia de ello, tal vez por desnutrición— siento pena, mucha pena—, mis dos hermanos menores tuvieron mejor fortuna y fueron adoptados por la misma familia, para entonces yo tenía once y era obvio que no me llevarían.

— Escapaste— concluyo, él me mira y se ríe de nuevo, qué fácil se ríe.

— Aunque no lo creas, no escapé— deja claro—. Un hombre mercader me compró, no tengo otra forma de decirlo, y me llevó para ayudarle con las ventas y muchas más cosas que ahora sé. Él era de tu tierra, así aprendí tu idioma— le sonrío—. Viajamos por tantos lugares y creo que me fue bien, casi nunca me golpeaba porque descubrió que era yo algo avispado y, en recompensa, me enseñó a ser astuto como él.

— Y así aprendiste.

— Así fue— afirma—, lastimosamente también aprendí algunas cosas con las personas que él frecuentaba...— no lo interrumpo—, él no deseaba que yo las aprendiera, pero fue inútil— se ríe—. Se estaba quedando viejo y ciego, la gente mala lo engañaba fácilmente si yo no estaba a su lado, por lo que decidí hacer lo que toda persona sensata habría hecho.

— Hacerte cargo de él— digo yo.

— Ya eres una persona sensata— me halaga y me gusta— ¿ves lo fácil que es?— me guiña—. Me hice cargo de él hasta que un viejo hospicio se lo llevó, lo visitaba todos los días hasta que murió— asiente como recordando el día que se despidió del mercader—. En todo ese tiempo sufrimos altas y bajas— se repone—, la calle era dura, los impuestos altos y los ricos muchos. El viejo murió en paz, me atrevo a decir que así fue. Al quedar solo yo, hice lo que cualquier hombre joven haría— esta vez no contesto—: rematar la vieja mercadería del viejo y probar suerte en otros lugares.

— Así fue como llegaste allá— entiendo, pero él niega.

— Tenía veinte cuando el viejo murió, todavía falta para conocerte— sonríe—. Fui a trabajar a casa de mis hermanos y aprendí el arte de la espada con ellos, a ocultas, y como el mejor trabajo era cuidar de caballos, me lo dieron y aprendí.

— ¿Y qué pasó con tus hermanos cuando inició la revuelta?— pregunto pues se ha quedado callado.

— No eran tan ricos como para ser decapitados, pero uno ayudó en la revuelta y otro decidió llevarse a sus padres adoptivos antes que la bomba estalle, los sacó del país con mi ayuda y en recompensa los viejos me regalaron los caballos que había cuidado.

— Niebla y Sombra.

— Solo Niebla, al otro tuve que venderlo para sobrevivir otro tiempo— me corrige Louis—. Sombra es de tu tierra, la compré al ir allá a trabajar pues la situación aquí era espantosa y, si antes apenas alcanzaba, después fue peor y eso que yo era solo uno. En la ciudad poco faltaba para que unos vayan sobre otros— resopla—. Y así decidí ir a tu tierra, no me cobraron porque yo trabajé a bordo y el caballo no les fue problema porque tenían suficiente espacio, pero naufragamos por casi un mes y a punto estuvieron de comerse al caballo. Encontramos el rumbo a tiempo y no fue necesario que yo haga nada para defender al pobre animal.

«Pisé tu tierra justo el día que cumplí veintitrés. Trabajé en una y otra cosa y me hice aprendiz del viejo Wilson por todo un año, y ahora que recuerdo debemos mandarle una felicitación por haberse enfermado— asiento alegre—, y te conocí.

— ¿Qué fue de tus hermanos?— quiero saberlo.

— No tengo idea— responde—, espera que hagamos más dinero y podremos ir a averiguarlo juntos.

— Genial— digo contenta y él me mira de nuevo con esa intensidad que me gusta y me pone incómoda a la vez— ¿quieres que te diga algo de mi infancia?— rompo el momento.

— ¿De cómo tu madre te maltrataba?— frunce el ceño.

— De papá— corrijo yo sonriente—, no sabes de él— y me anima a hablar—. Él me decía "mi niñita"— sonríe—, jamás lo vi molesto conmigo, era muy bueno; contrató a mi primer instructor, y cuando papá estaba, jamás me pegaba la mano— miro mi mano y veo mi ampolla ya seca—. Él siempre me leía historias, jugaba conmigo y me trataba con cariño; no recuerdo como era mamá en esos tiempos, es como si siempre hubiéramos estado solo papá y yo— mis ojos se humedecen—. Él me quería mucho, siempre me lo decía, antes que enfermara me dijo que debía ser libre, que nadie decidiera por mí. Yo era muy chica cuando enfermó, sólo quería verlo de pie y que me alce en sus brazos como siempre, pero él murió y me dejó sola— estoy llorando, lo sé, aún me duele su partida, es como si esperara que papá entre en mi hogar y me abrazara una vez más, es Louis quien lo hace, me abraza y me consuela y yo sigo llorando— ¿Porqué mamá no me quiso?— me quejo entre lágrimas— yo siempre hacía todo por ella y ella nunca me quiso...

Y lloro con amargura por mi madre, la única familia que tenía y que prefirió odiarme.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora