FIEBRE

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Estoy llorando en un rincón, es mi culpa otra vez. Tengo que calmarme porque mi hijo me necesita. Debí preguntarle, me reprocho una y otra vez, también lo vi temblando, pero me convencí que era nada y solo exageraciones mías.

Hemos aislado a Matthew a un lado de la pequeña casa, afuera, en un cuarto recientemente acabado por Louis, no queremos que su elevada fiebre se pegue a sus hermanos menores.

— Mi niño— dije el primer día que todo empezó mientras acariciaba su frente ardiente—, reponte pronto— me tragué las lágrimas para que mi niño no las viera.

Hoy, solo pocos días después, su fiebre es tan elevada que le hace delirar por momentos.

Louis y yo tenemos miedo, es lógico, pero él no lo demuestra tanto, alguien debe ser fuerte.

Mi padre murió por la fiebre, es lo que recuerdo, lo vi delirando como ahora a mi hijo, no me acuerdo por cuanto tiempo estuvo así; los últimos días de su vida no se me permitió ir a verle, él no quería que lo recuerde en tal estado y yo solo podía rondar su cuarto preguntándome cuando saldría.

El padre de Louis también murió por la fiebre, él casi no cuenta cómo se sintió en esos días o si vio a su padre delirando como el mío. Entiendo que no lo diga, pero cuando veo la mirada que pone sobre nuestro primogénito, puedo imaginar cuál fue su reacción.

Mis otros dos hijos no entienden bien lo que le pasa a su hermano, Erick pregunta por qué no se puede acercar y Joy no intenta colarse porque tal vez algo le recuerda que no debe ser tan curiosa. Mi bebé no se da cuenta de nada, es solo un bebé.

Pagamos a un doctor para curar a nuestro pequeño, casi todos nuestros ahorros de tres años se irán ahí, ellos cobran muy caro, pero no nos importa, queremos ver a nuestro niño sano de nuevo.

— Yo moriré si algo le pasa— lloro en brazos de Louis—, es mi culpa, no debí dejarlos ir al río— y me deshago en lágrimas.

— Joane, no es tu culpa— me dice, sé que intenta ser fuerte, se lo agradezco, pero yo no tengo su fuerza y solo puedo llorar—, mejorará— y respira profundo porque sabe tanto como yo que eso es incierto.

El doctor viene a diario y el dinero se va tras él cada que sale por nuestra puerta. No importa cuánto, mi niño debe sanar.

— Matthew— susurro desde una distancia prudente, no debo acercarme tanto y eso me rompe el corazón.

— Si usted se contagia, contagiará al de pecho y él no sobrevivirá— dijo el doctor con frialdad—, es sarampión, he visto a muchos niños, incluso adultos, morir con esto.

Y un nuevo castigo trae sobre mí con aquellas duras palabras, no puedo acercarme a mi hijo en su lecho de dolor.

El perro parece saber la tristeza de dentro y aúlla lastimeramente.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora