MAMÁ ME AYUDA A TOMAR UNA DECISIÓN

18 3 0
                                    

¿Qué debo hacer?

Estoy en la sala de la amiga de mi madre, mi tía Agnes. Es la hora del té y las cuatro participamos de él. Solo mamá y mi tía conversan, mi prima y yo estamos calladas tal como deben ser dos señoritas de sociedad ¿Quién impuso estas normas? es tan absurdo, molesto e ilógico, ¿por qué mamá y la tía Agnes son las únicas que pueden hablar? nosotras, mi prima y yo, somos mujeres como ellas, también debemos gozar de ese derecho.

Me sorprendo a mí misma con mis pensamientos, yo no era así ¿Qué me ha pasado? No estoy muy segura, pero no creo que la influencia de mi prima tenga que ver con mi cambio.

Cristina, mi prima, no es como yo, ella quiere una vida libertina, ya lo está llevando a cabo al "liarse" con su prometido y uno de los sirvientes. Yo, en cambio, solo quiero ser libre, libre de la vida que me han impuesto, libre de decir lo que pienso, libre de casarme con quien quiero.

Pienso en Erick y en Héctor, y no tengo dudas con respecto a quien es mejor, pero no puedo, sé que no puedo ni debo pensar siquiera en la otra propuesta. Definitivamente no... ¿O sí?

¿Y si Erick no me deja ser libre? ¿Y si solo es un ideal de mi mente? ¿Y si Héctor siente en el fondo algo de aprecio por mí? ¿Y si solo está atado con las mismas cuerdas que me atan a mí? ¿Y si en el fondo es bueno...? No, eso definitivamente no, de solo recordar su expresión siento náuseas y decido que no le daré la oportunidad de mostrarme su lado bueno ¡No! ¡No! y ¡No!

Entonces ¿Qué debo hacer?

Mi repuesta es irme con Erick, pero, otra vez, no me atrevo.

Y por primera vez en toda mi vida, mamá me ayuda a tomar una decisión.

—... una mujer se dedica a su casa y a nada más— la oigo—, darle hijos a su marido y a hacer todo lo que él quiera.

— Así es como debe ser— dice mi tía—, esos pensamientos modernos que dice que las mujeres hasta pueden ir a trabajar.

— ¡Su casa!— remarca mamá y me mira como si yo hubiera dicho en algún momento que no— que le dé a su marido los hijos que él quiere, ella no debe refutar nada.

— Claro— dice la tía—, pero de todos modos, hay que ir a verlas cuando estos nacen— ella no está molesta como mamá—, no hay que dejar que cometan torpezas con un valioso niño, y más si es hombre.

— En eso discrepamos— mamá pone su taza en su lugar y la sirvienta se apura en llevársela.

— ¿Por qué?— pregunta la tía con extrañeza— ¿No piensas visitar a tu hija?

— No— dice muy fresca y vuelve a mirarme como si esperara que me ponga a llorar por su negación a verme—, si su esposo me lo pide tal vez sí, pero yo no iré por voluntad propia, ella aprenderá a contentar a su marido, sola— pone énfasis en la última palabra—; aprenderá a cuidar a sus hijos como se debe, sola. No tengo ninguna obligación de ir a verla desde el instante que sale de mi casa y no vuelve a menos que sea de mano de su marido— es fría conmigo, siempre lo ha sido—, si su esposo decide que es mejor darle un escarmiento, yo le creo a él, si él me dice que ella le ha faltado el respeto, yo le creo; y si no me trae ninguna queja también sospecharé de ella, porque la conozco.

— No seas tan ruda con tu hija— dice mi tía sintiendo que mamá va demasiado lejos—, es la que te dará nietos.

— Es la única que me dará nietos— corrige mamá sin remordimiento— y si me da más de uno, yo la odiaré— mi tía se remueve incómoda— por tener más hijos que yo, de siete solo una sobrevivió, una mujer, una torpe mujer que en nada se parece a mí, que lleva en su rostro un eterno recuerdo del hombre que yo amé, como si me acusara a diario por dejarlo morir—ella no llora, yo sí—. Sale de mi casa, no me importa cómo, no me importa cuando, solo sale y no vuelve nunca más. Y yo por fin podré vivir en paz.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora