A ENSEÑARLES DE EMPATÍA

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Mi siguiente visita a la ciudad es casi un mes después, el bebé no me deja viajar tanto ni aunque sea media hora en carruaje— será mi última visita en los próximos seis meses por lo menos— le digo al señor Philip—, a este bebé no le gustan los viajes— Louis alza la mirada y mueve la cabeza con una sonrisa— ¿Cómo van mis hijos?

— Muy bien— me dice el señor Philip—, han aprendido en un mes más de lo que su tutor les enseñó por años— y está complacido por ello. Miro a mis hijos y están muy concentrados en el trabajo que su padre les ha encomendado.

Aquí todo ha mejorado, la gente camina más tranquila y la ciudad ha revivido ligeramente. Louis fue de los primeros en enfermarse y uno de los pocos en recuperarse, esto gracias a seguir el consejo del doctor: guardar cama y no regresar pronto a sus labores; no fue igual en las personas de la ciudad que dependen del día a día, y debido a eso algunos han fallecido, se han expuesto antes de haberse recuperado como se debía. Me entristece saberlo, pero comprendo a estas personas, yo misma estuve en su situación y tuve que afrontar el exceso de gastos como consecuencia de la enfermedad de uno de mis hijos; si fue difícil para mí, es difícil para estas personas y por eso es que quiero ayudarlas.

Oigo los carruajes llegar, ya era hora, me levanto de mi lugar y salgo a la puerta, no me equivoqué, son ellas.

— Aquí— digo sabiendo que no me escucharán y les hago una seña que sé que está de más, no puedo evitarlo, estoy emocionada. Un carruaje para y me vuelvo para decir a Louis—, ya vuelvo.

Él separa la mirada de los libros— ¿Dónde vas?— no sabe de esto, un poco sí, pero no todo; no se lo he dicho a nadie de mi familia excepto a ellas dos.

— Ya vuelvo— repito con una sonrisa misteriosa, Louis frunce el ceño y me subo al carruaje donde está mamá.

—No entiendo por qué quieres que esté presente— me dice medio molesta—, te di todo lo que dije que daría e incluso reuní de otros más.

— Sabía que lo conseguirías— le digo y la abrazo, ella se remueve inquieta; la suelto y veo que sonríe con disimulo.

— No creas que voy a bajar— me advierte y no le obligaré a hacerlo, ella lo hará sola.

Unos metros más y llegamos, pedí de antemano al alcalde que nos ayude con todo esto, él conoce a cada persona de este lugar y nos será de gran ayuda.

Bajo del carruaje y el alcalde me está esperando— solo tocaré las campanas— las señala— y la gente vendrá, será más fácil que ir casa por casa.

Las campanas suenan y pronto comienza a venir la gente, niños, ancianos y adultos... va a ser una larga tarea.

Me acerco al primer carruaje mientras dejo al alcalde organizar a la gente— por qué me hiciste venir— me reclama alguien de dentro, es mi prima, su carruaje es muy bonito y los niños comienzan a rodearlo—, diles que no toquen el carruaje.

— Díselos tú— y oculto mi risa.

— Y no traje ningún jinete para vigilar, si me roban algo tú serás la culpable.

— No seas tan prejuiciosa— y la fila comienza, tomo la primera canasta y yo misma la entrego al que estaba primero.

— Muchas gracias— me dice contento, yo también lo estoy, el alcalde le da otra del segundo carruaje y pasa el siguiente.

Tomo la segunda y alguien me la quita— estás embarazada— es mamá—, cuida más a mi nieto— y alcanza la segunda al segundo hombre que le agradece también.

Llegamos a la quinta y el cochero de Cristina viene a ayudarnos, no me quejo, algo es algo.

Vamos por la mitad y veo a mamá sonreír cuando recibe un "gracias" de personas en apariencia sencillas.

— Me cansé de estar sola— dice Cristina a mi otro lado—, si mi esposo se entera de esto, te echaré la culpa.

—Yo no te dije que bajaras— y seguimos en nuestra tarea.

Como los demás se encargan de las pesadas canastas yo me encargo de los niños que han venido a curiosear, les doy chocolates, dulces de miel y manjar, lo suficiente para que no malogren sus dientes; vienen a montones y algunos repiten y yo no niego en dárselos.

Cuando toda la carga en los carruajes se ha terminado, la gente nos aplaude y agradece por la ayuda, un poco de ayuda, un poco de empatía y la gente lo agradece.

De reojo me fijo en mamá y mi prima, y noto que sonríen disimuladamente ante el gesto de la gente. Creo que al final ellas también han recibido algo importante.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora