En el regazo de mamá me pongo a llorar, mis lágrimas se llevan toda mi amargura y dolor acumulados de casi diez días de pura angustia y sufrimiento.
— Déjalo, que salga todo— me susurra mamá—; lo has hecho bien, lo has dado todo.
— Si se va...— lloro sin más lágrimas que derramar— que hago si se va lejos de mí— me estremezco de solo pronunciarlo.
— Ya no te tortures— me acaricia la cabeza—, no puedes hacer nada más, solo debes ser fuerte pase lo que pase, recuerda que dentro tuyo llevas un regalo de él.
— No lo quiero— y suspiro con profundidad—, no si me cuesta la vida de mi esposo— es lo más egoísta que he dicho, pero ya no puedo más.
— Es tu bebé, necesita de ti— mamá habla con delicadeza, no alzo la vista, no quiero que me vea—; tú eres su madre y él no tiene la culpa de lo que está pasando.
— La tiene— lloro testaruda—, si no fuera por él, yo habría sentido antes que Louis estaba enfermo— no sé por qué, pero no siento nada por la vida que crece en mi interior, me da igual lo que le ocurra, creo que no lo quiero.
— Duerme— me susurra mamá y no quita la caricia sobre mi cabeza—, aleja tus pensamientos, solo duerme— y caigo rendida de cansancio. Duermo plácidamente y nada interrumpe mi sueño.
Cuando despierto, oscureció y no sé cuánto dormí, pero es suficiente, debo levantarme.
— Quédate ahí— me detiene mamá—, ya me dijeron cómo está— espero que me lo diga—, antes subirán tu desayuno, porque debes estar hambrienta— ¿es de día?—, mientras comes te contaré una pequeña historia.
Miranda en persona me trae el desayuno, capto un poco de su mirada y la noto temerosa, callada, sumisa; no es la Miranda que yo conozco.
La comida está servida delante de mí, no tengo ganas de probarla, pero me miento, mi boca comienza a hacerse agua al ver lo que tengo delante y mi estómago me dice que quiere llenarse de tan delicioso alimento.
— Come— ordena mamá, yo obedezco y a devorar, casi no me detengo, tengo tanta hambre que apenas muerdo lo que como. Mamá no interrumpe y no dice nada, a pesar de haberme dicho que me contaría algo— ¿satisfecha?— pregunta cuando me termino todo el alimento que estaba delante de mí.
Asiento de mala gana, estuve demasiado hambrienta y no quería reconocerlo. Miranda pasa a una orden de mamá y se lleva todo lo que no pude comer solo por haber sido imposible morderlos.
Mamá se me acerca y acomoda las almohadas detrás de mí y me hace apoyar en ellas— ahora sí— se sienta a mi lado— ¿Qué te está pasando? No vengo por unos días y cuando vuelvo te veo destruida.
— Se enfermó— comienzo a llorar con renovadas fuerzas—, es mi culpa, no me di cuenta, pero es que...— tomo aire—, no sabía que estaba embarazada, eso me impidió darme cuenta.
— Deja ya de hablar así de tu bebé— no está molesta conmigo y no usa el tono fuerte y firme propio en ella y que volví a escuchar después de tanto. Quiero hablar, pero ella me lo impide—. Tú eres mi más bella flor— me acaricia el rostro y yo trago mis lágrimas—, no dejaré que te destruyas sola— ella también comienza a llorar— ¿quieres saber cómo llegaste a mí? Debí decírtelo aquel día, pero ya me habías perdonado y no quería volver a estropearlo.
— No quiero oírlo— digo—, déjalo así.
—No— me dice—, te diré porque necesitas saberlo y más ahora— me toma las manos—. Él está mejorando— mis lágrimas caen más—, no ha pasado lo peor, pero ha mejorado un poco y te necesitará fuerte y no destruida. Y por primera vez, te ayudaré a estarlo.
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Dueña de mi Libertad
Ficción histórica"Tú no eres esclava de nadie y nadie decide por ti" esas fueron las últimas palabras que me dijo papá antes de morir. A pesar del tiempo no puedo comprender su mensaje y estoy dispuesta a aceptar las pesadas reglas que me impone la sociedad en que n...