Dos doctores ya no parecen suficientes, un tercero vendrá esta tarde de la ciudad más cercana.
Cada noche es un martirio, cada día una condena.
Los niños tienen prohibido acercarse al pasillo de esta habitación, no dejaré que vean a su padre, no así.
Casi no hablo con mis hijos, pero deben comprender, su padre es importante, su vida es importante y su bienestar lo es más.
Apenas duermo y casi no como, solo voy a la habitación por unos pocos minutos y muestro a mi delirante esposo que estoy aquí, que no lo dejaré solo, que aunque no parece escucharme le seguiré hablando— aquí estoy amado mío, te vas a reponer— y un beso en su mano para que al menos me sienta a su lado.
Vete ya fiebre cruel, déjalo en paz, aléjate de él.
Cuando salgo de la habitación, voy directo a mi cuarto provisional a llorar de amargura, de lo torpe que soy. Lo vi temblar de frío, lo vi irse un poco mal aquella mañana. ¿Cómo saber que sería algo tan grave? Si Louis nunca dice nada, siempre está sano, nunca se queja.
El frío sobre mí me hace despertar, me he dormido sobre la cama y el frío me ha pasado. No es tiempo de dormir, no mientras él lucha por su vida.
De nuevo en la puerta y escucho su débil y a la vez agitada respiración ¿es que esa fiebre no se irá jamás?
Un doctor sale corriendo y otro más, ni ha reparado en mí, quiero entrar, pero me detienen afuera y me impiden el paso cerrando la puerta tras el regreso de ambos doctores, se oye ruidos adentro y mi corazón se comprime.
Caigo en mis rodillas y me abrazo a mí misma— no me dejes Louis, no quiero estar sola— y me pongo a llorar con renovada amargura.
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Dueña de mi Libertad
Historical Fiction"Tú no eres esclava de nadie y nadie decide por ti" esas fueron las últimas palabras que me dijo papá antes de morir. A pesar del tiempo no puedo comprender su mensaje y estoy dispuesta a aceptar las pesadas reglas que me impone la sociedad en que n...