MAMÁ PIERDE

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Mi tercer día de instrucción y hay un gran cambio.

Mi instructor no parece notar los guantes que llevo y al mayordomo que camina a mi lado que como yo soy un poco delicada, él será quien me ayude a subir o bajar según sea requerido. Estoy avergonzada por la decisión de mamá, pero no debo contradecirla, eso lo sé muy bien.

Mi rostro no expresa nada aunque sé que esto pareciera ser resultado de alguna queja mía, pero trato que mi instructor vea que no es así. Y esa es la sorpresa que me llevo: que mi instructor no parece notar nada en el repentino e hiriente cambio.

Las lecciones son como si nada extraño pasara y yo atiendo a todas las instrucciones de casi una hora y media, el mayordomo no interrumpe en ningún momento y yo me admiro de lo callado y quieto que puede ser. A la orden de montar es él quien me ayuda, pero, antes que siquiera tome las riendas, el caballo se encabrita y me pega un buen susto y también al mayordomo, más a diferencia suya, yo no demuestro que me ha asustado.

— Con todo respeto, está usted bastante inseguro y eso pone nervioso al animal— dice mi instructor que no ha demostrado ninguna reacción ante nuestro susto— ¿no monta a caballo?

— Caí una vez de uno— responde el mayordomo sin gusto en sus palabras— desde allí no he vuelvo a montar estos animales— mi instructor asiente y sigue su lección como si nada, pero esta vez no me pide subir, lo hace él y me muestra cómo debe hacerse, yo lo oigo atenta todo el rato hasta que descubro desilusionada que la lección ha terminado y yo no pude subir al bonito animal.

Segunda sorpresa de la tarde: mi instructor me sigue hasta dentro de la casa, no dice una sola palabra, pero camina firme detrás de mí. Mamá está dentro, así que supongo que se quejará con ella de encabritar al caballo con mi actitud indiferente. No tengo que objetar, me siento culpable de no haber pedido disculpas por los guantes y el mayordomo.

— Buenas tardes, respetable señora— le dice a mamá y yo me quedo al lado de ella, porque cada vez que algún instructor tiene una queja, yo debo estar presente, no para que dé una explicación sino para que mamá me regañe delante de ellos.

— He notado que mi hija no ha subido al caballo— dice mamá altanera como siempre— y el animal se ha encabritado cerca de ella— mamá es astuta, aún no se convence de haber aceptado al joven instructor.

— De eso precisamente venía a hablarle— dice mi instructor y yo espero su queja y el regaño de mamá—, con todo el respeto que usted se merece, pero agradecería que si pone a alguien a ayudar con las lecciones, no sea una persona que teme al caballo porque, se habrá dado cuenta, su miedo asusta al animal y lo que menos deseo es tener al caballo asustado.

Mamá mira acusadoramente al mayordomo que, con un rubor ligero en las mejillas, se retira— mandaré a otro— dice mamá.

— Perfecto— acepta el instructor—, pero, de nuevo con todo respeto, espero que sea alguien acostumbrado a estos animales, no desearía que probemos con uno y otro como una especie de ruleta rusa.

Mamá calla por unos segundos, lo está pensando— muy bien— dice—, para mañana todo estará solucionado.

— Muchas gracias— dice mi instructor y con una venia, se retira sin decir más. No estoy segura, pero creo haber visto una mirada triunfante en él y un rápido guiño hacia mí.


— Este joven me agrada— me dice Miranda en mi habitación— ¿ve cómo tiene a su madre perdiendo en su propio juego?— yo no digo nada, pero también estoy admirada.

Al día siguiente aún tengo los guantes puestos, pero no hay nadie más a mi lado— lo hicimos— me dice mi instructor y yo no puedo evitarlo, suelto un suspiro de pequeña libertad.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora