— Qué bueno que ahora se lleve mejor con su madre— me dice Miranda.
No sé si Miranda lo notó, pero yo sí, mamá la mira con un dejo de resentimiento, estuvo claro para mí. Creo que mamá siente eso porque Miranda sabía del plan de huida, qué más prueba que la firma que consta en mi acta de matrimonio. Pienso que esa es la razón para que mamá la mire así. Espero que Miranda no lo note.
— Mucho mejor— le respondo—, pero nos falta más para tener una relación de madre e hija como se debe— ella me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa—. Tengo que confesar que fue difícil para mí creerle en un principio— Miranda asiente con lentitud—, estaba tan segura que me estaba tendiendo una trampa y sobreactué, ahora me avergüenzo al recordar mi actitud, pero no podía creerle.
Miranda me observa en silencio, se la nota pensativa, parece decidirse por hablar y me dice— vi a su madre cuando recibió la noticia de boca del joven Conde.
Lo había olvidado, Miranda volvió justo la noche que yo era recién casada, su día libre terminaba antes de la puesta del sol—, me dijo que fue muy duro oírle decir que pude haber muerto— digo con la vista baja.
— Más que duro— Miranda mira al rededor—, yo la vi y lo recuerdo perfectamente: su rostro joven se llenó de arrugas en un segundo y pegó un grito de desesperación al cielo que de milagro no le destrozó la garganta, lo recuerdo muy bien; me hizo sentir culpable por no decirle que usted estaba viva— Miranda cierra los ojos por largo rato como recordando el momento—. Su madre se encerró en la habitación suya y comenzó a gritar su nombre.
No quiero oírlo, no puedo...
— Apenas amaneció— Miranda continúa, pareciera que se está sacando una espina del corazón, yo no tengo el valor de decirle que no hable porque tal vez sí quiero oírlo— y ella ya estaba afuera vestida para montar, su pelo estaba cano, su rostro hinchado de tanto haber llorado y la voz ronca de haber gritado su nombre hasta el cansancio; jamás la había visto así— suspira—. Ella misma encabezó la marcha con los jinetes y no volvió hasta el anochecer. Su aspecto era de terror, me dio mucho miedo y pena a la vez. No había comido en todo el día y se negó a probar bocado. Se volvió a encerrar en su habitación, pero no gritó, solo lloraba y lloraba murmurando su nombre.
Tal vez a eso se deba la mirada acusadora del mayordomo...
Pobre mamá...
— Salió dos días más y se repitió la misma rutina, no era agradable verla así, parecía que estaba enloqueciendo. Todos los sirvientes se asustaron y nadie quería acercársele, cualquiera que le dirigía la palabra recibía la mirada enloquecida y huía de ella de inmediato, yo solo quería que me despidiera de una vez— suspira profundo—. Al cuarto día de enterarse de su posible muerte, ya no salió y apenas recibió a su señora hermana y su hija, solo deseaba quedarse en su habitación llorando sin fuerzas por su muerte. No pude resistirlo más y la pena era tan enorme en mí que me armé de valor y toqué la puerta al sexto día, ella me dejó pasar y su rostro desencajado me hizo sentir tan miserable como ella. Observé la habitación y vi que había sacado todos sus vestidos y los abrazaba como si fuera usted— Miranda vuelve a cerrar los ojos para darse valor—. Quería irme y por eso le dije que usted ya no estaba y que debía afrontarlo... casi me devoró con la mirada y me despidió por fin. Salí de esta casa, pero antes de irme, sentí remordimiento y le escribí una nota donde puse que si no había un cuerpo entonces no podía haber muerto, y lo dejé caer en la habitación.
— Y salió a buscarme de nuevo— comprendo.
— Yo me había ido de estas tierras y no vi lo que pasó, solo sé lo que mi hermano me contó. Me dijo que la señora salió a la mañana siguiente y parecía tener un rumbo fijo, no avisó a nadie de su salida, pero sí que volvería, y cuando regresó pareció haber vuelto realmente, pero a la vida, y anunció con dicha a todos aquí que usted estaba viva, pero en sus ojos y sus labios estaba estampado el odio hacia el prometido suyo y sus dientes castañeaban de rabia cuando lo veía volver día a día sin usted.
Y a mi mente llegan las palabras de seriedad de mi prima: "casi no podía reconocerla cuando la visité a los días que desapareciste".
Y me negué perdonarla cuando la volví a ver. Me reprocho arrepentida.
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Dueña de mi Libertad
Historical Fiction"Tú no eres esclava de nadie y nadie decide por ti" esas fueron las últimas palabras que me dijo papá antes de morir. A pesar del tiempo no puedo comprender su mensaje y estoy dispuesta a aceptar las pesadas reglas que me impone la sociedad en que n...